lunes, 7 de septiembre de 2009

Latinoamérica: ¿De la Dependencia occidental a la Interdependencia Global?

Omar Viveros

Inicio

Temas importantes en la filosofía latinoamericana como el conflicto entre derechos universales y consuetudinarios, de legitimación del conocimiento, de educación de dominación y educación para la liberación etc. Son, a nuestro juicio, aspectos de un problema mayor que incluye además el de la dominación y la liberación, civilización y barbarie, autonomía y dependencia, centro y periferia, etc. que son parte de la conflictiva relación Latinoamérica-Occidente, que puede leerse también de otro modo: la relación entre libertad y poder.
Este problema tiene como base la diferencia de racionalidades, iniciadas durante la época de la invasión española (entrada del pensamiento occidental) a un territorio que hasta entonces se había mantenido autónomo tanto en lo racional como en económico, político, moral, religioso, etc.
El largo periodo de dominación, la independencia criolla, el surgimiento de los estados latinoamericanos, la migración y la búsqueda de “civilización” (entendida como “occidentalización”) complejizó este problema. Y buscó solucionarse copiando más “modelos” occidentales; pero, sea como fuere, Latinoamérica ha vivido a la sombra del poder occidental, que le ha marcado la pauta de desarrollo económico, militar, cultural etc.

América para el mundo

Varios miles de años desde la aparición del hombre sobre la tierra y de un largo proceso de desarrollo y asimilación de conocimientos, surgieron los grandes civilizaciones que después llamaríamos “Mundo Antiguo”: Sumerios, Babilonios, Caldeos, Chinos, Hindúes, Fenicios, Egipcios, ( posteriormente Griegos, Romanos), cada uno con una explicación muy propia del mundo, del hombre, del cosmos, del comportamiento hacia este cosmos, de sus propias jerarquías de valores, sus propias religiones y formas de pensar . Varias de estas grandes culturas surgieron también en esta parte del mundo que permaneció desconocida, hasta que “El descubrimiento de América” supuso para el mundo- especialmente el llamado “occidental”- un nuevo espacio que Colón no lo supo entender; pero sus sucesores si: un nuevo territorio no conocido hasta entonces, y que no era mencionado por las Sagradas Escrituras. La noticia causó incertidumbre entre la clase religiosa pero entusiasmó a la burguesía que se gestaba en la época. Grupos de hombres tocados por el espíritu empresarial vio en eso la oportunidad de conseguir fama y riqueza ante la noticia de reinos fabulosos en oro y plata, y empezaron a buscar el financiamiento en dinero y soldados para la conquista. El carácter económico, político, militar y religioso de la empresa ya empezaba a mostrar el carácter que la dominación tendría en el nuevo mundo. El anuncio de las llegadas de esos extraños empezó a desbaratar el universo que hasta entonces se había creído cerrado, e instalaría así el problema dominador –dominado; pero esta no implicaba solamente las personas; sino todo el cosmos que hasta entonces había sido mantenido intacto.


El problema indígena


“El problema indígena” empezó con el sometimiento de sus gobernantes. Era la destrucción del mundo mental, que se había mantenido “totalmente sagrado” y ordenado, que existía sin que nada pudiera existir fuera de ella. Ahora habían asomado un grupo de hombres extraños que hablaban en una lengua extraña, de reinos, señores y dioses extraños, con vestidos, animales y armas extraños. Y que se habían impuesto violentamente apoderándose de sus gobernantes semidivinos.
Su cosmovisión no sólo fue anonadada sino también sometida. Ese mundo que había aparecido de la nada, ahora se sobreponía al suyo , y todo lo que hasta entonces había sido jerárquicamente ordenado descendía en la escala ante la sobreposición de un cosmos, y una fuerza superior, tanto en la tecnología de las armas como en la astucia del poder, y que no reconocería Dios, razón, ni costumbres diferentes a la suya. La vieja mentalidad medieval y la nueva occidental del Dios único y la razón única, no dejarían espacio para la diversidad . Todo será rechazado y despreciado como falso, su religión perseguida, sus costumbres aborrecibles, sus leyes inservibles, y hasta sus idiomas que habían sido bellos visto como feos, y donde los propios gobernantes pasaban a ser juzgados y muertos en manos de hombres que se decían solamente siervos de otro rey mucho más poderoso, a la vez siervo de un Dios mucho más poderoso. Incapaces de valerse por si mismos, con una lengua, costumbres y creencias consideradas degenerados, el mundo que hasta entonces había sido “centro” pasaba a ser excéntrico, lateral, periferia de un reino desconocido allende el mar, gobernado por reyes que no veían, y de donde vendrían las leyes, los gobernantes, y las nuevas clases sociales a poblar esta tierra. Descubrirían que el mundo no era sólo el del conquistador, sino de otros muchos más reinos que luchaban entre si. Solo quedaba aprender, copiar y mantenerse tratando de crear nuevas visiones del mundo, añorando el regreso de los buenos tiempos. Pero a diferencia de México, nos dice Perez Galindo, que en el Perú, el culto al pasado seguiría manteniéndose .
Durante el tiempo de la dominación colonial la América hispana permanecerá cerrada a influencias extranjeras no solo a formas económicas sino también raciales y culturales. Salvo la introducción de esclavos negros y escasos viajeros o comerciantes, los invasores trataron de mantener el virreinato cerrado al mundo y al mercado, manteniendo ya formas decadentes del medievalismo europeo, mientras Europa vivía ya el proceso que Marx llamaría “acumulación originaria de capital”.
No describiremos estas situaciones que se dieron, durante todo este tiempo. Sólo mencionaremos la naturaleza de los dos modos de ver el mundo conviviendo en la misma tierra, durante tres siglos . El producto es lo que se llamaría después “sincretismo” en los diferentes campos, y que se mantuvo al margen del reconocimiento oficial durante mucho tiempo: El indígena americano no tenía el espíritu de empresa del europeo, ni la fe en una religión única, ni en la mirada de la tierra como “cosa” sin vida, ni la cultura del progreso que se instalaría años después, y tuvo que copiarlo como modelo. Pero copiar no era algo raro. Los propios españoles habían intentado, desde la invasión, construir con fidelidad las formas europeas, sus ciudades, su organización y lo harían también para obtener su independencia, pero copiarlo equivalía a ser subordinado y producir formas muchas veces muy diferentes del original.


Después de la independencia


Con la liberación y el surgimiento de los países latinoamericanos empezó otra forma de relación con la cultura europea. La independencia fue un producto de las clases criollas y no de las clases indígenas ni mestizas. Por ello los criollos, descendientes de las familias españolas, nacidos en América, educados en Europa y nutridos con las ideas de La Ilustración y La Revolución Francesa, propiciaron la libertad de América Latina, pero las ideas que tenían seguían siendo europeas. Intentaron transplantar las ideas de La Ilustración, pero la diferencia de ámbitos y lo gaseoso de sus planteamientos impidió ser del todo llevado a cabo. Los nuevos países latinoamericanos estaban incomunicados, divididos, enemistados, y los propios criollos que tomaron el poder no tenían liderazgo para construir “unidades nacionales”. Como diría Palma del Rey de España en una de sus tradiciones (“Reinaba pero no gobernaba”), ellos gobernaban pero no dirigían. Así, los países latinoamericanos en vez de unidades nacionales, se convertían en corporaciones donde cada cual buscaba hacerse del poder para lograr beneficios de clase. El caso del estado Peruano es ilustrativo: Después de la independencia del 28 de Julio de 1821, el libertador José de San Martín convoca a los criollos para que busquen una forma de gobernarse. Su intensión es buscar un noble de alguna casa europea para establecer una Monarquía Constitucional; pero los criollos no aceptan. Más allá de lo buena o mala que pudo ser esta idea lo que llama la atención es la intensión: Traer un príncipe europeo para gobernar. Pudo haberse dado la independencia política y militar; pero la intelectual no se había dado. El rechazo de esta idea por los criollos, parece más un deseo de grupo y clase, no de nación unida pues el interior del estado estaba tan fragmentado como en la época del virreinato, y probablemente mucho más desorganizado. Por ello las ideas de la Ilustración no podían darse en el mismo contexto que en Francia o que en cualquier país europeo. Y es que en Europa mientras cada reino terminaría constituyéndose más o menos en estado con identidad de lengua, religión y territorio propio, en América Latina – y sobre todo en los países de fuerte presencia indígena- tal proyecto era imposible. Al interior de cada nuevo país convivían muchas naciones y grupos que buscaban satisfacer sus intereses. La toma como modelo de la Europa moderna no sólo fue insensata; sino perjudicial: El discurso de la revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad, no sólo no se hizo realidad en Francia (que después de finalizada la revolución tuvo que apelar al gobierno dictatorial de Napoleón Bonaparte para poner orden) sino que sirvió para encubrir las diferencias en Latinoamérica y aseguró la dependencia intelectual y política con Europa .


Copias y más copias


Ejemplo de esta relación de dependencia de Latinoamérica con la Europa moderna son las migraciones. Como ya se ha expuesto la dependencia latinoamericana a occidente no empieza con invasión española sino que esta es causa también de su liberación. Pero precisamente por haberse tomado como modelo otras ideas europeas para liberarse, y por haber sido llevado a cabo por una elite criolla sin fuertes vínculos con la raza y las culturas antiguas, lo que quedó como modelo de civilización fue Europa. Y lo que quiso hacer la clase criolla fue construirse una nueva Europa en tierras americanas. El nuevo modelo ya estaba dado: Los Estados Unidos de Norte América, que estaba en camino a convertirse en la nueva Europa blanca de la América oscura “y sin presencia indígena”. Lo que se quiso hacer fue copiarlo. Una de estas medidas fue abrir las puestas a los europeos que quisieran asentarse en estas tierras y traer aquí la mentalidad “civilizada” del hombre europeo. Todos lo países latinoamericanos de alguna manera lo hicieron; los más notables fueron Argentina, Uruguay y Chile, los países que tenían, digamos, “menos presencia” indígena. Pero en países como México y el Perú, que tenían una fuerte porcentaje indígena, lo que trajo esta inmigración fue escindir y complejizar más la sociedad, haciendo cada vez más distantes los polos entre indígenas y blancos, pues los nuevos europeos por muy recién llegados que fueran gozaban de consideraciones que los propios indígenas y mestizos no poseían.
Junto con ellos también se iba introduciendo la nueva mentalidad europea de conquista de la naturaleza y progreso material, y que veía en el indígena y las formas de vida tradicionales, las causas del atraso y el impedimento para llegar a las formas de vida modernas. No es raro entonces que en estos periodos se instale los discursos entre “civilización y barbarie”, y en muchas partes de Latinoamérica se recrudezca la persecución y aculturación a las poblaciones indígenas, que de alguna manera era copia del “exitoso modelo norteamericano”.


Reacción popular


La dependencia de occidente continuaría mientras occidente poseyera el poder mundial: a fines del siglo XIX y principios del XX cambiará más “nuestro modelo occidental”, que de europeo pasará casi completamente a norteamericano, e irá introduciendo el nuevo discurso desarrollista de eficacia técnica y empresarial que competirá con el modelo ya conocido de la ilustración . El éxito norteamericano respaldará este modelo de educación y desarrollo tecnológico-empresarial, y junto a ello, la clase rentista criolla vinculada al modelo europeo, empezará a ser desplazada por una nueva burguesía trabajadora que contará con el apoyo de los Estados Unidos. Como reacción la clase criolla tradicional iniciará los discursos nacionalistas, fundando partidos políticos y buscando el apoyo de la clase media, de inmigrantes provincianos, como los movimientos de apropiación mexicana (que derivará después en la Revolución Mexicana), o partidos políticos americanistas (como el APRA, aquí en el Perú) y otros que empiezan a surgir.
A pesar de esos impedimentos, al final de las dos guerras mundiales, Estados Unidos quedara consolidado definitivamente como modelo y potencia dominante no sólo para América Latina sino para el resto del mundo. Pero precisamente por su opresora cercanía, Latinoamérica pasará a ser una especie de campo de dominio privado para poder sacar y poner gobiernos que le (o no le) convengan y que le aseguren sus empresas y sus materias primas.
A pesar de eso las convulsiones al interior de los países latinoamericanos continúa: los proyectos desarrollistas han logrado unir las provincias del interior con la capital, y siguiendo el modelo mexicano y con el apoyo de discursos socialistas los pueblos del interior exigen derechos a la propiedad de la tierra. Junto a los movimientos campesinos, una gran masa de pobladores llegados a la capital, o que se instalaron ahí hacía unas décadas, empiezan a exigir mejoras en las condiciones laborales , ampliación de la educación primaria y mayor apertura a la educación pues ven en la esta la oportunidad de ascender en la escala social . La universidad sobre todo es vista como la puerta de ingreso a la clase media, y puente divisorio entre clases.
La influencia de ideas comunistas en las organizaciones de trabajadores, comunidades campesinas, centros de estudiantes y universidades populares, crea un clima de inestabilidad que empieza a poner en peligro el orden social. Se dan algunos derechos y beneficios sociales, que no logran los grandes cambios que exige la mayoría poblacional.
La caída del la Unión Soviética a fines de los 80, mermará la influencia del discurso comunista, pero este se mantendrá a pesar de ello. Con la caída del Muro de Berlín, el liberalismo económico terminará por instalarse en todos los países, impulsando ahora el desarrollo de capital sin fronteras, lo que anunciaría una nueva fragmentación del poder mundial.


Un nuevo escenario: ¿el fin de la modernidad?


Lo que siguen ya es más cercano. Hasta hace poco nuestra historia a futuro estaba más o menos definida: acercar nuestro países a la modernidad, y la modernidad implicaba copiar –sin muchas variantes- la formula de éxito de Europa y Norteamérica. El proyecto no era descabellado, el gran problema latinoamericano de derechos universales y consuetudinarios, de dominación, autonomía, dependencia, etc. sólo se podría solucionar si se estaba en igualdad de condiciones para construir estados fuertes, con unidades nacionales al interior, capaces de trabajar en conjunto para lograr un desarrollo económico tal capaz de resistir la presencia dominante del occidente euroamericano, y cobrar una personalidad propia. Pero, desde entonces, el escenario ha ido cambiando.
Las críticas al proyecto ilustrado y racional moderno surgido con el romanticismo, se renovaron desde otra óptica con el fin de las dos grandes guerras, y cobraron nuevo ritmo después de la Revolución Burguesa de Mayo del 68, hasta el punto de poner en entredicho el proyecto moderno entero.
En 1983 un informe sobre el saber en las sociedades más desarrolladas propuesta por el Conseil des Universités del gobierno de Québec, redactado por el filosofo francés J. F. Lyotard, (“La condition postmoderne. Rapport sur le savoir”, Paris Minuit, 1983, 109 pp.) impulsó la llamada “critica posmoderna”, ya anunciada por el vanguardismo artístico desde comienzos de siglo , pero ahora centrada en sus bases, seguida por un importante número de pensadores y defendida por otros . El informe no sólo daba cuenta de las maneras que adquirían las nuevas formas de información en las sociedades desarrolladas, sino que concluía denunciando que el saber, tomado como mercancía informacional, se convertía en fuente y medio de decidir y controlar. Anunciaba así el fin de los grandes “relatos legitimadores” que habían impulsado el proyecto moderno, como la libertad, el desarrollo científico para el bienestar de los pueblos, e progreso al infinito, etc. y derivaba en la búsqueda de beneficios grupales, y empresariales.

“El estado y/o la empresa abandona el relato de legitimación idealista o humanista para justificar el nuevo objetivo: en la discusión de los socios capitalistas de hoy en día, el único objetivo creíble es el poder. No se compran savans, técnicos o aparatos para saber la verdad, sino para incrementar el poder.” (J. F Lyotard “La condición postmoderna” Madrid, Cátedra, 1987, Pág. 86)

Algo que afecta a toda la educación social, ya dirigida no tanto por los deseos del estudiante o el prestigio de la carrera sino por las necesidades del mercado y la producción comercial.
La discusión entre críticos y defensores del proyecto moderno en la intelectualidad euronorteamericana – es decir modelos de la intelectualidad latinoamericana- ha ido teniendo resonancias en escenarios latinoamericanos, para poner en cuestión los esfuerzos nacionales por llevar a cabo un proyecto cuyos objetivos ya muestran resultados cuestionables . Los interesados en seguir impulsando el proyecto moderno en América latina, se unieron a los críticos europeos, para acusar de “conservadores” y “posmodernos” (generalmente el termino “posmodernos”, tiene connotaciones peyorativas en esta parte del mundo) a quienes cuestionan el proyecto moderno. Creaban así el confuso panorama de ser considerado “premoderno”, considerarse “moderno”, o ser llamado “posmoderno” ¡sin haber sido nunca moderno! Pero nuevas noticias anuncian que en el mundo ya nada es tan claro como antes.
En 1996, el politólogo norteamericano Samuel Huntington, pública “El choque de Civilizaciones”, donde plantea la teoría de una reconfiguración del mundo post Guerra Fría. Esta reconfiguración estaría centrada ya no en 2 modelos políticos-económicos dominantes, sino en 9 civilizaciones, nucleadas en torno a culturas, formas de vida, idiomas, religiones, como base para próximas alianzas económicas y defensivas:

“El incremento de poder duro, económico y militar, produce en un pueblo mayor confianza en si mismo, altanería y creencia en la superioridad de su propia cultura o poder suave con respecto a la de los demás, y acrecienta enormemente su atractivo para los otros pueblos. El declive del poder económico y militar de un pueblo lo llevan a dudar de si mismo, a la crisis de identidad y a los esfuerzos por encontrar en otras culturas las claves del éxito económico, militar y político. Conforme las sociedades no occidentales aumentan su capacidad económica, militar y política, pregonan cada vez más las bondades de sus propios valores, instituciones y cultura” (Samuel P. Huntintong “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial” Paidos, Barcelona, 1997, Pág. 109).

Estas “civilizaciones” aliadas al interior llevarían paulatinamente a un crecimiento económico y cultural que irían mermando la hegemonía occidental; hasta relegarlo a un rol secundario o simplemente honorífico de mediador de conflictos . Es decir: ¿el fin del gran modelo latinoamericano?. Pero, aunque el ataque del 11 de setiembre del 2001, las posteriores guerras en el Medio Oriente, ( ¿y habría que añadir el “crash” financiero actual?) parecen confirmar algunas de las profecías de Huntintong, es difícil asegurar que “occidente” abandone su posición privilegiada en el contexto mundial en un tiempo cercano, o que este (el mundo) se pueda ir agrupando en civilizaciones medianamente claras y definidas



El huracán de la globalización

La “globalización, es decir, el (supuesto) libre transito de capital, información, productos y trabajadores, (generalmente de países pobres a ricos, estos últimos, o como nos interesa en este articulo: de latinoamericana al “occidente” euronorteamericano) ha producido la desestabilización de las sociedades y difuminado las antes claras fronteras nacionales. Las consecuencias han sido tan variadas que aún es prematuro sacar resultados definitivos. Lo que si llama notablemente la atención es que después de 500 años de la “conquista”, y casi 200 de oír las bondades y promesas del proyecto moderno por parte de intelectuales y políticos de diverso tipo, los pobladores latinoamericanos han decidido ir a buscarlo a las tierras donde se fabrica la ilusión. (Por supuesto que también se han ido a otros lugares tan alejados como Japón, o China; pero para este artículo nos remitiremos a la relación con occidente). En general el resultado no parece ser tan productivo como lo fue para los europeos que hicieron el viaje contrario hace 500 años. Aunque con algunos satisfactorios resultados individuales, al europeo de finales del siglo XX que ya empezaba a sentir los efectos laborales del desarrollo tecnológico capitalista , poca gracia debe haberle causado la llegada de mano de obra barata de las ex colonias, provocando – en plena era global- extraños renacimientos nacionalistas centrados en la protección de los empleos y una implementación de políticas anti-inmigrantes cada vez más severas.
Por parte de los latinoamericanos también se produce el natural desencanto al ver su supuesta pertenencia a la “occidentalidad periférica”, o de la “madre patria”, no es correspondido con igual calor por su contraparte europea. Comunidades latinoamericanas se forman al interior de los estados europeos, con un incierto futuro de integración ; pero que, momentáneamente, propician la llegada de connacionales, y de productos de consumo de sus países originales, propiciando si un activo mestizaje cultural cuyos resultados será posible ver con claridad en los próximos años.
A la vez, parte del producto del trabajo enviado a los países de origen –remesas- se han convertido no solo en un importante fuente de ingresos en el producto nacional de cada país, sino que impulsan, a nivel micro, una economía que parecería irónicamente nuestra “acumulación originaria de capital”, algo que no habría podido esperarse de sólo un Estado centrado en mantener los privilegios de una clase legal.
La necesidad de estar familiarmente conectado a distancia mundial, ha impulsado también la introducción de una tecnología –teléfonos, internet, videocámaras- en lugares antes abandonados por la presencia del Estado, produciendo un extraño renacimiento- ¿o simplemente vemos lo que antes no se veía desde la capital?- de culturas tradicionales que añaden ya mayor complejidad para la interpretación del fenómeno global. Sin embargo no todo es color de rosa. El peligro de que el estado se reduzca a mero administrador, afecta a esos lugares alejados donde el inversor no llega. Sin embargo lo que parece quedar claro es que a diferencia del tiempo lineal del progreso, tradición y modernidad no son necesariamente un antes y un después; sino que pueden llegar a ser las caras de una misma moneda, sin que una desplace necesariamente a la otra .
La propia filosofía – como producto occidental- no ha salido indemne de esta movida cultural. Tal vez debido a las criticas de los postmodernos euroamericanos a los ideales de progreso, verdad, razón, ciencia, sujeto, etc.; y la aparición de otras potencias (“civilizaciones” como parecía entenderlo Huntintong) en el escenario mundial –Japón, China, India, - la filosofía, al fin y al cabo producto y corazón de la cultura occidental, se a visto criticada por una corrientes de filosofías interculturales que cuestionan su protagonismo privilegiado para entender al hombre y al mundo . “Filosofías” China, Hindú, Andina, etc. han ampliado la visión desde otras culturas, no logrando desplazarla; pero es de ver si un descenso del poder occidental no la haga también descender en su posición de privilegio.
Pero, ¿cual es el lugar de los filósofos latinoamericanos? o ¿es posible seguir hablando de latinoamericanos, y en qué términos?



Autonomía y poder

Sea como fuere, parece que algo queda seguro de toda esta etapa de cambios: es que si bien la globalización ha relajado las fronteras y movilizados capitales y trabajadores, el mundo sigue dividido, ya no en dos bloques políticos, sino en un pequeño grupo de países -la mayoría todavía occidentes, y todos capitalistas- a la que se movilizan grandes cantidades de migrantes, buena parte de ellos latinoamericanos, pues hoy más que nunca parece ser verdad ese dicho (con una pequeña variante) “salvo el poder todo es confusión”.
Otra de las cosas que va quedando está clara, es que la receta capitalista sigue siendo la única para poder desarrollarse, y quien lo logra, logra convertirse a la vez en “modelo” de otros países dominados (necesitados); pero no sólo eso, su ejemplo, su forma de organización social, su disciplina, pasan a ser adaptadas en otros países que ansían el desarrollo económico. La influencia que tiene la cultura occidental, en especial los Estados Unidos, sobre todos los demás países, en especial América latina, no parece deberse sólo a la calidad de sus valores, la belleza de su cultura, la lucidez de su razón o la verdad de su filosofía, sino a haber sabido crear las condiciones culturales y materiales capaces de dominar la naturaleza con el fin de producir bienes y someter otras culturas que le sirvan para esos fines. Durante siglos esta forma de pensar y vivir lo han convertido en el dominador y “modelo” de las culturas dominadas, quienes han tratado de adoptar de diversas maneras esta forma de ver el mundo, a veces negándose a si mismas o aplicando políticas de “occidentalización” en sus propias culturas. Pero los rápidos cambios debido a la adopción del capitalismo ha llevado al desarrollo económico de otras culturas; y la globalización, sobre todo tecnológica – telefonía satelital, televisión por cable, Internet, etc.- parecen producir la ilusión de la “perdida del centro” y con ello el renacimiento y aceptación cada vez mayor de culturas, razas, costumbres, formas de vida, diferentes. Algo que se debe reconocer como parte de la cultura occidental; pero ¿qué pasaría si alguna otra cultura, muy diferente, desplazara a los Estados Unidos del ejercicio del poder? ¿Qué pasaría con la tradición de libertad, igualdad, tolerancia, que si bien han sido mal llevados en América latina, también han formado parte de la racionalidad occidental?
Eso es algo que desde la propia filosofía latinoamericana debemos pensar pues, la propia filosofía, depende en gran medida de su relación a occidente y a estos valores. ¿Hay que recordar que la permanencia de esta forma de pensamiento, la filosofía, en América Latina no se debe a un pedido de sectores indígenas o surgida por generación espontánea, sino impulsada por grupos criollos que veían en la filosofía un acercamiento a la cultura occidental y su deseo de producir una filosofía regional, aunque de acuerdo estándares occidentales?. E igualmente su permanencia se debe en gran medida a la relación institucional, de la euronorteamerica dominante con la periferia: relaciones en las que intervienen en gran medida factores económicos como capacidad para viajar y estudiar en Europa o Norteamérica, firmas de convenios institucionales universitarios, capacidad para organizar coloquios o seminarios, acceso a becas para investigar, o asegurarse plazas como profesores. Así pues el ejercicio institucional de la filosofía es, para bien o para mal, también una necesaria relación de dependencia.
Pero ¿Es qué tenemos que resignarnos siempre a vivir bajo la sombra de una potencia o bajo la amenaza de otra?


Final: una modernidad diferente

Todo de lo anteriormente apuntado sobre lo sucedido en las última década nos permite pensar ya que el largo discurso Occidente-Latinoamérica, y el camino único del desarrollo deben ser replanteados ¿Es correcto seguir manteniendo el mismo discurso de dominación entre euroamérica y Latinoamérica en un mundo cada vez más interconectado, donde las relaciones ya no son sólo de arriba abajo sino de lado a lado, en diagonal y de espaldas? y ¿es necesario recorrer todo el camino que conduce al desarrollo industrial cuando podemos ver desde ya las consecuencias en el hombre y el ecosistema en los países más desarrollados?
La receta capitalista de inversión y producción parece ser la única para salir de la pobreza. Sin ella, sin poder ofrecer formas de vida dignas a su gente, América latina seguirá siendo una de las regiones que más personas exporte a los países ricos, además de ser de fácil dominio de cualquier potencia extranjera con los consiguientes problemas de corrupción, discriminación, y violencia que esto mantiene consigo; pero la simple receta capitalista de inversiones industrial discriminada trae también los problemas al ecosistema y peligro a las variadas formas de vida en una región donde la convivencia entre hombre y naturaleza no eran problemas. Esta parece ser una de las formas en que sería mejor pensar Latinoamérica: no tanto por el origen y antigüedad de sus razas y culturas, importantes ya de por si; pero que en el discurso de la dependencia a otras potencias, no son fundamentales: a una empresa extranjera que busca explotar recursos naturales, conseguir mano de obra barata o simplemente mercado para sus productos, poco o nada le va a importar el árbol genealógico de los latinoamericanos, o definir con exactitud el límite de estos está más acá o más allá del Río Grande. Ser latinoamericano que fue siempre tan confuso posiblemente ahora lo sea más, tanto que, probablemente, el limite de ello solo lo sepa con exactitud quien sienta que “no es” o que “no le hagan sentir” latinoamericano. Por otra parte no creo que haya nada especial en serlo, salvo tal vez el sentimiento de que diferencia de lo que se puede hacer de manera inmediata y efectiva por los trabajadores explotados en las ladrilleras de China, la suerte de los niños famélicos de Mozambique, las mujeres que venden sus órganos en los barrios pobres de la India, la suerte o situación de, por ejemplo, los niños trabajadores en Venezuela, Bolivia, o Perú, pueda ser más rápidamente corregida. No porque sea mejor o peor, sino porque pueda ser más efectiva.
Detalles como estos ya no deben ser obviados en una propuesta que busque el desarrollo de una región tan compleja, y por eso mismo rica en formas de vida, especies, productos, y donde posiblemente estemos entrando a una era de relaciones entre el hombre y la naturaleza diferente a las anteriores, solo comparada con el renacimiento , y con la amenaza mayor de que el hombre como genero humano y el mundo parecen juegarse su propia destrucción .
Muy probablemente también estemos entrando, casi sin darnos cuenta, en una era donde esté creándose una racionalidad diferente, una forma diferente de ver el mundo y relacionarnos. Y de nada servirá cruzarnos de brazos creyendo que el mundo o el mercado lo arreglaran todo, permitiendo así que una nueva visión hegemónica del planeta se construya prescindiendo de nosotros, de nuestras propuestas y de nuestros problemas. Es necesario pues, pensar un mundo diferente, partiendo de situaciones propias, y no de los ajenas (ni de “seudoproblemas”), un mundo más tolerante e inclusivo donde se pueda vivir con otras culturas, y donde el desarrollo no sea en contra de la naturaleza sino teniendo en cuenta la convivencia con ella, donde la modernidad no sea la muerte de la tradición, sino una modernidad que partiendo de nuestras necesidades y de nuestros impulsos pueda adoptar experiencias del resto del mundo, con la simple conciencia de que pertenecemos a él; pero desde un lugar, desde una situación.
Pensar esa nueva visión del mundo creo que es la nueva labor del filósofo latinoamericano.

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