lunes, 9 de noviembre de 2009

La Universidad y la Tradición Peruana: ¿Espacio de Reflexión?

_Hay tantas universidades ahora –dice Luder- que en

ellas se distribuye más la ignorancia que el conocimiento.

Los educadores olvidan que el saber es como la riqueza:

mientras más se reparte, menos le toca a cada uno.”

Julio Ramón Ribeyro de Dichos de Luder

Meditemos acerca de la relación existente entre la tradición peruana y la universidad como espacio de reflexión. Posiblemente nos estamos metiendo en dificultades mayores, debido a que las investigaciones sobre este punto en específico escasean. Sin embargo, se puede realizar un intento de reflexión pensando en algún hecho concreto relacionado con la educación, tópico ineludible en un intento por desentrañar las relaciones entre universidad y sociedad peruana.

Estoy pensando en específico sobre lo siguiente. Se sabe que el nivel educativo del Perú al nivel latinoamericano es uno de los más bajos, sino el más bajo. Pero por otro lado, se sabe también que se ha popularizado en exceso la oferta de educación en el país. No vayamos tan lejos. Pensemos en el último régimen que realizó una fastuosa campaña de apertura de colegios a lo largo del país. Pensemos también en la gran cantidad de universidades abiertas en los últimos años.[1] Todo lo cual debería señalarnos más bien que el país respira un aire satisfactorio en lo que atañe al nivel educativo. Lo que al parecer no es [2]así. Pensemos además que desde los años cincuenta del siglo XX se ha gestado en el Perú una masiva invasión o poblamiento de las ciudades, en específico Lima, por parte de los pobladores del interior del país. Dicho proceso se aceleró en los años de la década de 1980 por la grave crisis interna producto de las luchas entre las fuerzas del gobierno y los grupos de la izquierda radical. Por ende, pensemos, ¿cómo ha repercutido este hecho en la educación en general, y la universitaria en específico?

Al parecer, el hacinamiento masivo en las ciudades puede responder en parte a estos actos grandilocuentes de abrir colegios y universidades. Entonces lo que puede constar como un hecho a desentrañar es que la educación en el país se ha popularizado. ¿Qué se quiere decir con este término? Desenvolver los sentidos que pueda tener este término puede ser el ansiado hilo de Ariadna que necesitamos para de alguna manera poner en claro la problemática de la Universidad.

Por un lado podemos notar que la educación a todo nivel en el Perú del siglo XX se ha extendido a todas las capas sociales. Al nivel de colegios primarios y de secundaria, además de locales universitarios, los hay actualmente “para todos los gustos”. Básicamente eso queremos decir con “popularización” de la Universidad y de la educación. Nuestra denominada “pluralidad cultural” ha tenido una respuesta al nivel educativo. Y sin embargo no parece una respuesta satisfactoria después de todo.

Pero quizá debería ser así, dado que se estarían cumpliendo las viejas demandas de la reforma educativa que propiciaron los estudiantes peruanos a comienzos del siglo XX. Es decir, allí se puso en el tapete la necesidad de que la educación no sólo sea el privilegio de unos pocos. La coyuntura de aquel entonces los obligaba a resistir al estrato oligárquico que venía enseñoreando la universidad en ese entonces. Sabemos pues que tal estamento mostró sus falencias de una manera abrupta en la catástrofe de la guerra del pacífico, y algunas voces, al principio solitarias, como la del maestro Gonzáles Prada, y luego la de otros como la de Mariátegui, Haya de la Torre, Víctor Andrés Belaúnde, por mencionar algunos, comenzaron a replantear el juego de fuerzas políticas existentes. La mirada de la joven dirigencia estudiantil entonces se dirige a la colonial forma de organización que aun pervivía en la Universidad Decana de América.

¿No debería sentirse actualmente que una de las expectativas de este movimiento estudiantil, la popularización de la educación, se ha llevado a cabo con éxito, por lo mencionado antes?

Para plantear alternativas de solución a esta paradoja debemos sumergirnos en la acepción de algunos términos como tradición peruana y democracia. Luego indagaremos acerca del eje común a nuestra tradición, el autoritarismo como lógica social en el Perú. A continuación la investigación esbozará algunas constantes temáticas sobre el posible origen histórico de ese tópico autoritario para al final, señalar cómo esta lógica social enmarca y constriñe la organización total de nuestros centros universitarios.

TRADICIÓN PERUANA Y DEMOCRACIA.

Comenzaremos por el último de los términos mencionados. La democracia puede ser entendida como sinónimo de popularización. Pero el término democracia no se agota en la popularidad. Pues si bien toda democracia es popular, no todo lo popular es democrático.

Por democrático se entiende normalmente el gobierno de las mayorías. Tuvo sus primeros antecedentes en la Grecia antigua. Consistió básicamente en el acceso al gobierno de todos los estamentos, es decir, el derecho a tener representantes en el gobierno. Además, por primera vez en al historia se crean instituciones de gobierno libres. Se establece asimismo, la connotada categoría de “ciudadano”, el cual esta protegido y respaldado por una suerte de cadena legal que garantiza su participación sin cohersión, en las decisiones de la ciudad-estado. Esta corriente democrática será afianzada en parte en la república romana. Pero será con las formas modernas que se llevará a cabo sus lineamientos específicos. Asimismo, con la modernidad hubo cambios sustanciales a diferencia de las formas anteriores.

Consistió en lo siguiente. En primer lugar, se concibió una libertad irrestricta del individuo, convertido en base de la producción social. Por lo que, en segundo lugar, los fines políticos del estado se separan de los fines particulares de los individuos de la sociedad civil.

La primera característica trajo dos consecuencias, primero, la igualdad de todos los individuos sin excepción ante la ley. Ésta es de carácter universal y no distingue particularidades, como raza, grupo social, etc. La segunda consecuencia es que el estado es una construcción social con fines específicos. El principal de los cuales, es garantizar las libertades de los individuos que conforman un colectivo determinado.

Esto nos lleva a la segunda característica. Se separan drásticamente los fines particulares de los miembros de la nación, de los fines del estado. Éste sólo garantiza y regula el cumplimiento de las libertades individuales. La democracia consiste entonces en respetar la libertad irrestricta de los individuos. El estado ya no es el fin de los ciudadanos como en la Grecia antigua, éste no dirige ya sus fines. Y no se excluye de la democracia a nadie. El estado esta al servicio de los ciudadanos y no al revés, el hombre ya no es un “ser social” por naturaleza. El estado es una construcción realizada por los individuos, por la modalidad del “contrato social”. Y el contrato es a nombre personal, individual, no colectivo. Y es un acto consciente, racional y no instintivo, natural.[3]

Gracias a esta digresión podemos preguntarnos: ¿la educación en el Perú se concibe dentro de una sociedad de formas democráticas? Es decir, ¿la sociedad peruana es de corte moderno, o alguna forma de organización no necesariamente moderna vincula a los miembros de nuestra nación?

Esto nos lleva a la segunda acepción que deseábamos investigar al menos de manera somera, la de tradición peruana. ¿Cómo es ésta, en qué consiste, cómo se articulan sus sentidos comunes? ¿Cuáles son los discursos que legitiman nuestras praxis cotidianas?

Además debemos ligar todo lo que saquemos en claro sobre esas interrogantes, con la popularización de la educación que se ha llevado a cabo en los últimos decenios, y que tiene su comienzo en las luchas estudiantiles de principios de siglo, como veníamos diciendo.

¿Qué es lo popular en el sentido común de la gente en el Perú? Es decir, ¿hay algo que cause asentimiento unánime en la gente de nuestro país a pesar de nuestra “multiculturalidad” ? Así pues, entendemos por popular, aquellos discursos que tejen nuestra forma de posesionarnos en el mundo. Tales discursos los hemos establecido históricamente, es decir, son creaciones culturales que tuvieron algún origen temporal en nuestra comunidad en algún período de su formación.

LA TRADICIÓN AUTORITARIA EN EL PERÚ.

Al parecer lo que cohesiona a la población peruana son los discursos políticos, sociales, y en general, culturales, de corte autoritario. Esto a sido objeto de especulación por parte de Alberto Flores Galindo. Algunas de sus reflexiones nos incitan a acercarnos a esta problemática. En su texto póstumo, La tradición autoritaria,[4] aun cuando no define explícitamente lo que entiende por autoritarismo, corre implícito el hecho de entenderlo como imposición jerárquica de los grupos de poder que conforman el estado sobre la población civil. Contrasta esta noción con la de democracia. En efecto, la democracia consiste en el respeto de los individuos y sus libertades.

Nuestra república, nos dice Flores Galindo, comienza sin que se establezcan nociones claras de ciudadanía, y la vida pública es inexistente. Es decir, el moderno sentido de individuo y de estado de derecho que lo acompaña, carece de existencia a comienzos de la república. En su lugar se denota claramente la verticalidad con que se integra la vida colectiva en ese entonces. Por un lado, estamentos que se repelen entre si, y por otro lado, pugnas por alcanzar la cúspide en la pirámide social. Todos pugnan por alcanzar el poder social y político. Es decir, los fines del estado y el de los grupos sociales es el mismo. No hay por tanto la moderna división entre estado y nación, además de que el individuo, base de la democracia, es ahogado y reemplazado mas bien por los diversos grupos sociales que luchan sordamente entre sí.

Esto lleva a una especie de paradoja entre una inmovilidad social heredada de la colonia, y la violencia, que es siempre móvil. Lo único que se mueve aquí es los actores que llegaban al poder. Pero la manera jerárquica y autoritaria de proceder se mantiene en pie. Esto se liga ineludiblemente con la noción del caudillo. Pues cuando las pugnas entre los diversos grupos se hace insostenible, aparece el deseo colectivo de un orden liderado por un personaje (representante de alguno de los grupos sociales en disputa por el poder) el cual, en base a carisma u imágenes sedimentadas en el imaginario popular, logra el consenso. Esto conlleva necesariamente, por un lado, a la voluntad de someter toda oposición y todo diálogo, un aura monologal rodea al líder, cuya voluntad no es cuestionada, sea cual sea. Pero por otro lado, y quizá lo más grave, es que se vuelve necesario que el colectivo posea un carácter dócil, con tendencia más a la obediencia y al fervor que a la reflexión. Es por ello que los programas políticos o las reformas sociales o culturales, son pocas veces tematizadas y consideradas reflexivamente por el común de la gente.

Señala además Tito Flores que una consecuencia de este sentido común autoritario en el imaginario colectivo peruano explicaría en parte que el poder militar no halla sido cuestionado en nuestra sociedad. Mas bien forma parte de nuestra idiosincracia, lo que legitima implícitamente su puesto en nuestra sociedad como un quinto poder del estado, que ha decidido constantemente nuestro destino político.

El interesante texto de Flores Galindo nos presenta pues un panorama sobrecogedor que, a modo de ensayo, nos sugiere que, dado la acostumbrada manera que tenemos de tratarnos autoritariamente, con violencia, sujeción y paternalismo, es muy difícil establecer canales de dialogo y discusión entre los diferentes colectivos que integran la sociedad peruana. Nadie en el Perú, en forma consensual, se ha sensibilizado por lo ocurrido en cuanto faltas a los derechos humanos, caro logro de la democracia que en el Perú parecería no existir. Como si la cotidianidad de tales actos de violencia, nos hubiera cegado e imposibilitado tematizarlo.

Sugiere también que la oleada de pobladores del interior del país, con su ancestral forma de organización colectiva, ha sido el único esfuerzo habido hasta ahora por democratizar la situación de inmovilidad violenta en el Perú.

Sin embargo, las luchas populares nacidas, claro, del seno de estas poblaciones, se ha teñido de una ideología que denomina “clasista”, que en realidad vuelve a lo mismo. Es decir, tal ideología, por medio de la violencia, sugiere la destrucción del estamento que posee el poder, además de propiciar el “igualitarismo”, es decir, desea imponer verticalmente, fines y metas a los individuos, por medio de reglas rígidas de acción. Con lo cual se socava otra vez la base de cualquier democracia: el respeto a los individuos y sus fines particulares decididos libremente. Así pues, el “igualitarismo” esta en contra de una idea moderna de democracia, pues en ésta mas bien los individuos, al tener diferentes gustos y deseos, tienen diferentes metas, luego es la diferenciación y la acumulación irrestricta de riqueza individual lo que es típico de las sociedades modernas. No nos habla Flores Galindo del posible origen de esa noción de igualitarismo, pero nosotros indagaremos por ello después.

En fin, la obra de Flores nos sirve para preguntarnos por nuestra tradición. Se ha constatado que lo que es común a los estamentos que forman parte del colectivo social peruano, es las retóricas y practicas autoritarias. Esta es común tanto a nuestros períodos de “democracia”, como a nuestros períodos militares. El poder militar, y su jerarquía excluyente, y su retórica de obediencia, imposición y sumisión, es el sentido común de la gente. La única manera que tienen los diferentes grupos sociales de comunicarse entre si, es por medio de actos comunicativos violentos, o por medio de retóricas excluyentes. Por ejemplo, en la actualidad, los jóvenes se excluyen entre si por su pertenencia a un barrio determinado, a un equipo determinado. Igualmente se excluyen entre si los pobladores que pertenecen a diferentes estratos de poder económico, o los pobladores de diferentes distritos. Lo mismo sucede entre los sectores políticos, entre los canales de televisión, entre los sexos, entre universidades, en el interior de éstas, como la pugna entre profesores antiguos y nuevos, etc, etc.

Toda esta violencia contenida e inmovilizada contribuye a crear una vida de tensión y a “militarizar” el quehacer cotidiano. No me refiero solamente al hecho de usar armas, sino a la tendencia espontánea en nuestra vida diaria de jerarquizar, excluir, uniformar, para lograr encauzar a la gente y lograr a su vez el reconocimiento de tal o cual actor social.

Preguntémonos por consiguiente, ¿cómo surge en nuestra sociedad ese modo de entendernos socialmente, con tan poco respeto por el individuo y sus derechos civiles? Y ¿cómo afecta y se refleja eso en nuestra educación? Y por consiguiente ¿qué papel ha jugado la universidad en todo ello?

EL AUTORITARISMO Y SUS ORIGENES.

Históricamente, la denominada “época republicana” en el país surge del período colonial previo. Preguntémonos como funcionaban allí los discursos de poder, y como se entretejía la trama social.

Este período colonial ha sido estudiado desde muchas perspectivas, pero el prejuicio usual es denominarla como una época de índole feudal, y hasta oscurantista. Pueden ser en parte ciertas estas conjeturas. Pero, al hablar así, asumimos que nuestra sociedad actual ha dejado atrás esos rasgos. Consideramos que no. Ya Alberto Flores Galindo sugería en el texto citado que la violencia de la que habla constituía también el lenguaje cotidiano en la colonia, y formaba parte de los espectáculos públicos.

Necesariamente debemos reconstruir grosso modo la época de entonces. Partamos de un hecho histórico clave: el descubrimiento de América. [5]Aquella época estuvo signada por grandes cambios en el orbe europeo. En general, se dan cambios importantes: surgen las grandes potencias estatales, se consolidan las urbes, se expande el comercio marítimo y se vuelve global, por lo que se abren nuevas rutas de comercio alternativas a la vieja ruta por el mediterráneo, se inventó la imprenta, la brújula y la pólvora, renacieron teorías cosmológicas alternativas al geocentrismo, como el hermetismo y el neoplatonismo, además del atomismo. Encima, ciertos sectores religiosos pugnan dentro y fuera de la iglesia por su renovación o absoluta transformación, hablamos claro de la reforma y de la contrarreforma, que ensangrentará Europa con las luchas de religión.

España no era la excepción ni estaba excluida de estos grandes cambios. La unificación de sus territorios se dio bajo el impulso de los reyes católicos, se expandió con Carlos V y se consolidó con Felipe II. Dicha unificación se basó en el discurso religioso. Es decir, al igual que los mahometanos, los españoles usaron el método del fervor religioso y su imposición por la fuerza. Es decir, una religiosidad militarizada y autoritaria. La cual será usada tanto por las órdenes mendicantes (piénsese en la “Compañía de Jesús”, los jesuitas) como por la casta encomendera.

Entonces tanto el poder militar como el religioso manejaban un discurso autoritario y jerarquizante. Lo único que los distinguía era las pugnas entre tales poderes por ver quien llevaba la delantera en la conquista. El péndulo pasaba de un lado a las fuerzas militares, del otro al poder de la iglesia. Al comienzo de la conquista, el poder pasa a las fuerzas militarizadas de los encomenderos, luego gracias a la acción del padre Las Casas se inclina la balanza hacia el poder religioso. Es el virrey Toledo quien intenta atenuar estas pugnas sometiendo tanto a encomenderos como a las ordenes mendicantes, pero las tensiones se mantendrían latentes. Y es así porque cada poder deseaba ser la que llevara a cabo el proyecto de expansión conquistadora. Las tensiones entre estamentos fue una constante ya en la colonia, esa forma jerárquica y excluyente de tratarnos como colectivo se fue solidificando a lo largo de esos siglos de “estabilización colonial”. Pongamos algunos ejemplos. Entre las mismas ordenes mendicantes habían pugnas por quien era la mas indicada para llevar a cabo el proyecto salvífico a este nuevo continente. Hubieron varias ordenes mendicantes en el espacio colonial, pero la pugna más celebrada fue la que hubo entre los jesuitas y la orden dominica, que estalló en toda su virulencia en el siglo XVIII. Dado que los jesuitas impugnaban el poder del rey en base a sus enseñanzas, y los dominicos estaban mas bien a favor del rey. Igualmente las ordenes mendicantes llevaban una relación tensa con la jerarquía de la iglesia cuyo jefe es el Papa.

Eso es al interior del poder religioso. Por el lado secular, la iglesia llevaba tensas relaciones con los poderes civiles y militares. También habían pugnas entre los poderes del virrey con los del Consejo de Indias. Entre el alcalde y el prefecto, o entre estos y los corregidores, y de todos estos con la nobleza encomendera, los cuales fueron relegados y sometidos por el poder central virreynal y todo su aparato burocrático. Y esta nobleza excluía a la nobleza curacal de provincias, y estas a su vez tenían conflictos de orden regional. Y la nobleza excluía a los otros estamentos sociales surgidos del mestizaje. Y entre los aborígenes y el estamento negro también habían pugnas. Estos últimos eran muchas veces usados de fuerzas de choque y de castigo cuando los aborígenes se sublevaban.[6]

En fin, era necesario extenderse un poco en esto por que nos habla de la magnitud y de la falta de canales de diálogo necesarios para viabilizar una democracia en el Perú ya a inicios de su constitución social.

Pero igualmente debemos preguntarnos si este aparente desorden social tiene su lógica. Es decir, sabemos que los discursos autoritarios son los que articulan nuestra idiosincrasia colectiva. Pero ¿cuales son los mecanismos que subyacen a tales discursos, y que probablemente fueron articulados en la colonia?

Específicamente, la metrópoli española articuló las novedades que abría el descubrimiento de América a través del discurso de la denominada “segunda escolástica”. Ésta consistió básicamente en poner al día, en reformar el edificio tomista escolástico vigente aun. El tomismo utiliza la filosofía de Aristóteles encuadrándola dentro de los parámetros cristianos. Las características básicas del tomismo son: la idea de un orden cósmico de índole jerárquico, donde cada elemento del denominado cosmos encuentra su lugar “por naturaleza”. Es decir, cada ser o ente encuentra su debido lugar en tal orden, al cual pertenece de manera “esencial”. Dicho edifico cósmico culmina en Dios, y se sustenta en su ley divina, denominada “divina providencia”. He allí otra característica, el creer que Dios y sus actos rigen el destino del hombre y del cosmos en general, es decir, que provee leyes tanto para el orden de la naturaleza como para el orden humano.

Así, hay leyes inamovibles que rigen específicamente para cada uno de los elementos de ese edificio. Nada sucede al azar, como se creía en la edad media. En el orden de la naturaleza se hallaba el mundo sublunar, regido por los cuatro elementos (agua, aire, tierra, fuego) y el mundo supralunar, donde se hallaba la materia incorruptible. Lo que estaba por encima en la jerarquía era superior “por naturaleza”. En el orden humano o “moral”, la máxima instancia era la ley divina, luego la ley natural, luego la ley humana, que debía estar de acorde con la natural y divina. Y dado que la ley humana no era meramente humana sino que estaba ligada a la divina, el que poseía el poder, el rey, era un gobernante escogido por la providencia.

¿Cuál fue la novedad entonces que propuso la “segunda escolástica”? Básicamente se planteó la urgente tarea de reconstruir el edificio cósmico que ante la irrupción de un nuevo continente, ponía en tela de juicio toda una cosmovisión. Nueva tierras, nuevos pueblos, razas y costumbres, nuevas civilizaciones al margen de las europeas, que no parecían tener que regirse por las leyes naturales y divinas, todo ello fue un terrible reto para el saber tradicional, que era sentido común tanto de los encomenderos como de las ordenes mendicantes. También se abrían problemas de justificación moral y política, pues si se aceptaba que los indios eran humanos, entonces eran libres, y no se les podía dominar. Pero si no eran humanos, entonces no se les podía predicar la palabra de dios, que esta dirigido a humanos y no a bestias. Pero la prédica era la única justificación que tenía España para arraigarse el título de conquista, de no ser así, se les podría calificar de tiranos. Y el papa podría dar su consentimiento a cualquier otra nación para que realice la prédica. Pues una conquista por el mero hecho del botín y el enriquecimiento, no eran justificados en una época donde el enriquecimiento y el afán de lucro eran desdeñados por la moral cristiana vigente. Esa moral siguió siendo justificada por las elites intelectuales hispanas (en su mayoría religiosos) En contraste, tal afán de lucro fue santificado por la reforma protestante, y luego vuelta sentido común por la política liberal de los países capitalistas.[7]

Dos cosas quisiera subrayar. Primero, que era necesario extenderse en ciertas características del tomismo escolástico y en la segunda escolástica porque fueron grandes movimientos culturales que articularon nuestros sentidos comunes en la colonia, y posiblemente hasta hoy. Segundo, que tal “segunda escolástica” tuvo un carácter conservador y reformista. Es decir, hubo el abierto afán de preservar las características básicas del tomismo: el orden natural y moral de corte jerárquico, basado en dios, es decir, basado en la idea de “providencia divina”. Así pues, es esta cosmovisión tomista, por su índole jerarquizante, el sustento lógico que legitima nuestras praxis autoritarias, al parecer hasta el día de hoy.

La idea de providencia divina fue importante puesto que era la máxima justificación político-social en la cosmovisión cristiana. Dios guía los actos humanos, y los actos humanos se dirigen todos a la salvación en el verdadero reino, el de dios. Paralelamente, existen reinos de índole meramente terrestre, que sirven de instrumentos para diversos designios divinos, como propagar la fe de dios, y propagar la verdadera religión. Esta noción de providencia fue común a los católicos como los protestantes, y no podía ser de otra manera, pues ya San Agustín había hablado de que la historia humana se dirige a la salvación. La discusión era cual pueblo o nación era la escogida por dios para llevar a cabo sus designios. Este es parte del trasfondo ideológico de las luchas de religión en la Europa de aquel entonces. España por su parte se arrogaba el papel de nación escogida por dios para propagar la ley divina. Lo que harán los demás países europeos, es cuestionar el trasfondo ideológico escolástico, derivando de a pocos en una tendencia abiertamente laica en el orden político, moral y científico.

Así pues España tuvo una tendencia conservadora, poco crítica en cuanto no buscó modificar en lo esencial su forma de articular sus praxis colectivas pues intentó salvar como dijimos, el viejo edificio escolástico. Con ello no queremos decir, por supuesto, que no se halla percatado de las abruptas novedades que aparecieron con el descubrimiento de América. Sólo decimos que su primera intención fue plegarse a lo que ya tenía, una cosmovisión jerarquizante, y por ende autoritaria y excluyente.

En el orden natural, entonces, se supuso que las nuevas especies de humanos, plantas y animales coincidían con los ya existentes. Es clásico ya el ejemplo de la alpaca, a la cual consideraron como una especie de oveja. Los indios fueron considerados humanos, para poder justificar la conquista, pero a la vez los pusieron en la escala de esclavos por naturaleza, inferiores, para poderlos dominar. Dicha solución no será muy sólida aceptando sus propias premisas, pues para Aristóteles hay hombres superiores e inferiores, pero para el cristianismo, todos los hombres son iguales. Había pues un problema de compatibilidad conceptual que fue un quebradero de cabeza para las elites intelectuales hispanoamericanas.

En el orden moral, uno de los problemas básicos a enfrentar era la diversidad cultural que intempestivamente se abría paso a los ojos de los conquistadores. Había tal diversidad que se tuvo que apelar a todos los recursos de clasificación existentes, pues el viejo criterio de Aristóteles que el hombre es un animal con logos (lenguaje) y social no bastaba. Pues había, para citar un caso, un pueblo como el de los incas, bien organizado a sus ojos (eran sociales) pero no tenían logos (escritura). Había asimismo, problemas con la multitud de dialectos que se hablaba en el extenso territorio dominado por los incas. Además el quechua, como un lenguaje con un orden sintáctico, fue una invención jesuita, con el fin de propagar la enseñanza cristiana, que como ya vimos, era el único argumento de conquista digamos, “legal”, que tenía España. Eso llevó al estudio de la diversas formas culturales de las poblaciones, con el fin de conocerlas mejor y catequizarlas en su propia lengua, y realizar cómodamente la extirpación de idolatrías. Además era necesario conocerlas bien, es decir, jerarquizar convenientemente a estas naciones, para poder legislarlas convenientemente, de acuerdo a su ubicación en el orden social (justificado en la visión tomista) y cuidar del “bien común”, caro concepto de la escolástica, que debía ser respetado por el gobernante, so pena de convertirse en tirano y poder ser depuesto. El pueblo podía vetar al rey, no por afán democrático, nada mas fuera de esta lógica. Se vetaba al rey porque, al no buscar el beneficio del colectivo, era egoísta, pues solo busca su interés inmediato, y no el del resto del cuerpo social. Es esta noción de “cuerpo social” la que rige en la escolástica. Supone primeramente que no hay individuos, sino partes de un organismo. Y esas partes deben someterse a los fines colectivos, no pueden tener sus propios fines. Así, el fin del individuo se rige por los fines del colectivo, y el colectivo es representado por el estado. Para este modo de organización social, el rey tenía un pacto con el pueblo, de regirse por el bien común, del organismo social, del “cuerpo de nación”. Por su parte, el pueblo debía someterse a los designios del monarca, a menos que éste no cumpla con llevar a cabo tal bien común. El rey es divino, pues todo poder viene de dios, pero dios no se lo da inmediatamente al monarca, sino que se lo da al pueblo, el cual a su vez se lo cede al monarca, que una vez erigido por el pueblo, adquiere carácter sacro.

Así, cuando el pueblo se rebela, no es por hacer la “revolución”, caro concepto que presupone ser “moderno”. Mas bien las reivindicaciones populares son de índole conservador, pues se pide el retorno al “orden perdido”. Y ya sabemos cual es ese orden, el orden jerárquico de la escolástica. También se entiende por lo dicho, que hasta ahora perviva la frase “la voz del pueblo es la voz de dios”, dicho que resume esta vieja idea escolástica de origen colonial, de que dios entrega el poder al pueblo y no directamente al monarca. Al contrario de los países modernos, donde primero hubo una fuerte tiranía estatal, dado que para los protestantes dios entrega el poder directamente al rey.

Entonces en la colonia también, como en la república, se pasa de un extremo de reivindicaciones populares, criollas e indígenas, a un extremo de tiranía virreinal, puesto que la idea de bien común puede derivar tanto en la sacralización del gobernante como en la del pueblo. No es de extrañar pues que hasta la actualidad las discusiones entre el poder estatal y el pueblo hallan sido violentas, teniendo tales antecedentes sagrados, pues cuando alguna entidad se postula como la voz de dios, se vuelve autoritaria, dado que, si es enviado de dios, tiene por tanto la verdad, y si tiene la verdad, no entra en discusiones. Lo que tienen en común pueblo y estado, es el tener como concepto eje la noción de una ordenación cósmica jerarquizante y excluyente, basado en dios, del cual uno de ellos se erige como su instrumento.[8]

Pero reordenar este edificio tomista no fue fácil en la colonia. Se apeló a un método denominado “probabilismo”, el cual sirvió par hacer lo más flexible posible, las interpretaciones de la ordenación legal, tanto en leyes humanas como divinas. Si el rey ordenaba algo, su orden era “razonable” (pues a través del pueblo había sido escogido por dios, y dios no se equivoca) pero podría no acatarse en tanto no se adecuaba a las circunstancias particulares de un lugar y tiempo dados. Así, se salvaguardaba la coherencia de la ordenación jerárquica, y a la vez se podía introducir sin mella en el edificio tomista, las novedades americanas. Al parecer el viejo dicho criollo de “se acata pero no se cumple” tiene a su vez su origen en este casuismo, que busca reformar el edifico, sin cambiar sus bases de fondo. Y creo que pervive esa costumbre en nuestra vida diaria actual, en tanto siempre se esta buscando interpretar la ley, es decir, buscarle un error para no acatarla. Quizá el probabilismo es el origen de la muy conocida “viveza criolla”.[9]

Pero una estructura social y cósmica, no esta exenta de problemas. Pues el que domina excluye al dominado, y el dominado quiere a su vez dominar. Eso era lo que pasaba con las luchas de “independencia” desatada por los criollos ya en el siglo XIX. Y por los indios en los andes del sur.

Por lógica, los dominados deberían acatar el estar excluidos del poder. Pero para impedirlo, apelaron a la idea de providencia divina. Pues para los pobladores americanos, América era la escogida por dios para llevar a cabo sus planes de reinado celestial. Tanto el suelo y espacio americanos, como sus habitantes, eran escogidos por dios para dicho plan. Pero, ¿cómo demostraban eso? Se apeló a las reivindicaciones apologéticas, haciendo notar las inmensas riquezas y curiosidades encontradas en suelo americano, no sólo su oro y su plata, sino sus plantas, animales, civilizaciones, la gran cantidad de santos y hombres cultos, sus universidades, etc. Con tal propaganda se buscaba ser tomados en cuenta para puestos en el gobierno y en ultimo caso, como señal de que podían gobernarse al margen de la metrópoli.

Pero si el espacio americano era divino, entonces también sus habitantes autóctonos lo eran, pero, cómo justificar su dominio pues ¿los indios no eran divinos también, por ser originarios de estas tierras y por lo tanto, no tenían derecho también a su propio gobierno?

Esa costumbre de creernos escogidos por dios, y de pertenecer a una tierra rica y bendecida por la divinidad o, por lo contrario, la de sentirnos fuera de todo orden, y creer que estamos por debajo de otras naciones en todo aspecto, probablemente tiene si origen en este tipo de reivindicaciones demagógicas y populistas abiertas por la noción de providencia.[10]

Otra idea importante que tuvo su origen en la época colonial, es la necesidad de hacer propaganda y catequizar a los indios por medio del arte visual (pinturas, arquitectura) y por medio de manuales (léase catecismos) que faciliten -a través de frases destinadas a ser memorizadas- la propagación del evangelio. Una justificación era que el indio era inferior mentalmente, por tanto no podría llevarse a cabo con él una labor de propaganda en un nivel abstracto. A diferencia por ejemplo, de las culturas chinas o japonesas que habían demostrado ser naciones altamente civilizadas, en las cuales se propagaba el evangelio por medios argumentales.

Así, el concilio de Trento justificó, entre otras cosas, la propaganda del evangelio apelando a recursos pictóricos y simbólicos[11], dejando a un lado la educación por medio de la reflexión. Una educación de “manual”, tendiente a la memorización y obediencia, mas que al diálogo crítico, es una vieja costumbre colonial. Es por eso que aun pervive la frase de “la letra con sangre entra”. O si no es con sangre, al menos es siempre mediante la fuerza, pues el memorizar no requiere cuestionar lo aprendido, sino simplemente acatarlo. Y para acatar algo, debemos asumir que hay alguien por encima de nosotros, al cual simplemente hay que escuchar y obedecer, el maestro en este caso. Y este tipo de enseñanza tiene su paraíso en una sociedad donde existen fuertes jerarquías arraigadas en el sentido común de la gente. Imaginemos cuantos siglos estuvo nuestra sociedad bajo este tipo de educación. Y probablemente no haya cambiado sustancialmente tal tipo de enseñanza.

LAS UNIVERSIDADES Y LA TRADICIÓN PERUANA.

Las universidades en el Perú raramente fueron un espacio de crítica al margen de estos intereses sociales. Mas bien fueron siempre el lugar donde, en forma microscópica, se repetían estas características que hemos mencionado: luchas entre ordenes mendicantes, y entre estas y los sectores laicos, ciega y acrítica apología de sus miembros, relaciones jerárquicas y excluyentes entre autoridades y profesores, entre profesores y alumnos, revueltas estudiantiles con estrechas reivindicaciones coyunturales, discusiones dogmáticas, etc.[12]

Tales costumbres sociales, se han visto repetidas en las universidades del país, en vez de ser la universidad un espacio de crítica de esos modos y practicas sociales. Las universidades se distinguen entre si, no por sus especialización en tal o cual campo, o por su productividad intelectual, sino si es una universidad “del pueblo”, o una universidad para las clases pudientes, o si es una universidad “católica” confesional. Y aun dentro de las mismas universidades el ambiente social se divide entre los que provienen de un clase social y económica distinta o no. La universidad pues, ha tendido a dos extremos: o el de apartarse de la problemática existente, o el de ser abiertamente un espacio de luchas políticas.

Por ello la universidad me parece que ha sido un espacio que ha propiciado una falta casi total de reflexión sobre nuestra tradición nacional. Lo que ha propiciado mas bien es la reproducción de ese viejo imaginario excluyente al interior de su praxis académica y administrativa.

Pero, al estar imbuida muchas veces en tal lógica social, tiene la posibilidad de que aquellos que estén atentos a esta lógica, tengan material de primera para sus reflexiones, a diferencia de las universidades que han decidido aislarse de esta problemática social. Pero las que han decidido aislarse, tienen la posibilidad de crear espacios de tranquilidad académica que propicien la investigación de nuestra tradición.

Esta tradición nuestra se ha mostrado tendiente al conservadurismo, tanto en sus aspectos religiosos, como políticos, pues aquí se propicia la búsqueda de “orden”, que generalmente significa sumisión, o ante los poderes sagrados del pueblo, o del caudillo gobernante. Tenemos pues una población acostumbrada a la obediencia y al fervor, costumbres poco propicias para la reflexión. La cosa se agrava más si tenemos en cuenta que la forma pedagógica milenariamente impuesta es la educación de manual, que ha explosionado terriblemente en los últimos años. Me refiero a la educación que propagan las denominadas “academias preuniversitarias” (modalidad seguida por los centros preuniversitarios de las mismas universidades), las cuales acostumbran a nuestros miles de jóvenes, o mejor, mantienen la costumbre del régimen secundario, de la fórmula “fácil de aprender”. Eso baja terriblemente el nivel académico de los jóvenes que ingresan a las universidades, que en el mejor de los casos, se sienten frustrados ante el régimen educativo universitario, o en el peor de los casos, los profesores se pliegan a esta educación de manual, o los alumnos aprovechan los poderes que tienen para pedir un profesor que se adecue a lo que están acostumbrados, un educador no que propicie el diálogo, sino el que propicie la fórmula fácil de aprender. La educación a todos los niveles se vuelve una mera mnemotécnica.

La tarea difícil que enfrenta la Universidad como espacio de reflexión y crítica es encarar esa tendencia -creada históricamente- a aceptar mecanismos de imposición como nuestro modus vivendi.

Lo dicho se agrava si pensamos que otro gran problema que se ha agudizado y que igualmente la Universidad debe afrontar, es el proceso de globalización y toda la complejidad política, social, moral y científica que abre. El proyecto moderno esta ahora justamente en un proceso de aguda crítica y replanteo de sus fines y métodos. ¿Y cómo puede intervenir la sociedad peruana en tal debate si no esta preparada como cultura a ejercitarse en la crítica? Pero considero que no es otra la labor de la investigación en la Universidad, que entregarse inevitablemente a una reflexión tendiente a clarificar tanto nuestras conductas sociales como nuestra manera de encarar nuestra cotidianeidad. Tarea a la que la Universidad le ha dado la espalda, pero que es su tarea y su reto.... De eso depende su propia existencia como institución y la nuestra como miembros de esta sociedad.

BIBLIOGRAFÍA.

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Villoro, Luis, El Poder y el Valor. Fundamentos de una ética política, México, FCE, 1997.

Por: el Observador.



[1] Para estas y otras interesantes observaciones sobre el desarrollo de la universidad en el país, hemos tenido la suerte de consultar el informe aun en fase de inédito llevado a cabo por una comisión especial dirigida desde el ministerio de educación, Diagnóstico de la Universidad Peruana: Razones para una nueva reforma universitaria, Lima, Comisión Nacional por la segunda reforma Universitaria,2002, p. 7 y s.

[2]

[3] Luis Villoro, El Poder y el Valor. Fundamentos de una ética política, México, FCE, 1997, p. 333 y s.

[4] De aquí en adelante véase Alberto Flores Galindo, la Tradición Autoritaria, violencia y democracia en el Perú, Lima, Edición de APRODEH y Casa Sur, 1999, p. 23 y s.

[5] “...el descubrimiento de América, o más bien, el de los americanos, es sin duda el encuentro más asombroso de nuestra historia. En el ‘descubrimiento’ de los demás continentes y de los demás hombres no existe realmente ese sentimiento de extrañeza radical [...] Al comienzo del siglo XVI los indios de América, por su parte, están bien presentes pero ignoramos todo de ellos, aun así, como es de esperar, proyectamos sobre los seres recientemente descubiertos imágenes e ideas que se refieren a otras poblaciones lejanas.” Tzvetan Todorov, La Conquista de América. La cuestión del otro, Madrid, ediciones Siglo XXI, p. 14. Esa extrañeza por el “otro” del francés, es en nuestro caso, extrañeza por nosotros mismos, extranjeros de nosotros mismos.

[6] Básicamente hemos utilizado dos textos que creemos son clásicos para entender este período desde el punto de vista de la historia de las ideas, en primer lugar, David Brading, Orbe Indiano, de la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México, FCE, 1991, y Antonello Gerbi, la disputa del Nuevo Mundo, historia de una polémica, 1750-1900, México, FCE, 1982.

[7] Para consultar acerca de la segunda escolástica, puede verse, Martín Grabmann, Historia de la teología católica, desde fines de la patrística hasta nuestros días, Madrid, Espasa-Calpe, 1946. Para las repercusiones de la segunda escolástica en las colonias en el Perú, véase, José Carlos Ballón, “José de Acosta: Naturalismo, Historia y Lenguaje en los Orígenes del Discurso Filosófico Peruano”, en Logos latinoamericano, Año V, N° 5, Lima, 2000, pp. 129-156.

[8] Véase el interesante libro de Stoetzer, Carlos, Las Raíces Escolásticas de la Emancipación de la América Española, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1982.

[9] Véase Macera Dall’orso, Pablo, El Probabilismo en el Perú durante el siglo XVIII. Lima, 1963, Nueva Coronica, Nº 3, Organo del Departamento de Historia de la UNMSM.

[10] Véase al respecto en Alan Martín Pisconte Quispe, La Constitución del Estado Peruano y el Debate Filosófico sobre el Providencialismo en Antonio de León Pinelo, Tesis para optar el título de Licenciatura, UNMSM, 2001.

[11] Véase Sebastián, Santiago, Contrarreforma y barroco, lecturas iconográficas e iconológicas, Madrid, Alianza Editorial, 1981, p. 17 y s.

[12] Es interesante los documentos que con el nombre de “historia de las Universidades”, repiten la vieja tendencia colonial de ser documentos apologéticos mas que críticos. Véase al respecto como ejemplos paradigmáticos, Carlos Daniel Valcárcel, Historia de La Universidad de San Marcos (15551-1980), Caracas, el libro Menor, 1981; Teodoro Hampe Martínez, Historia de La Pontificia Universidad Católica del Perú, (1917-1987), Lima, Fondo Editorial de la PUCP, 1989; Horacio Villanueva Urteaga, La Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cuzco, Cuzco, Editorial Universitaria de la UNSAAC, 1992.

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