miércoles, 7 de noviembre de 2007

Por supuesto, en Filosofía siempre tenemos la razón


Existen algunas obras que por describir con agudeza y perfección el alma humana se convierten en universales. Tal es el caso de El Arte de Tener Razón de Arthur Schopenhauer. A simple vista parece que el eminente pensador alemán hubiera sido testigo de innumerables discusiones por los pasillos y auditorios de la escuela de filosofía de esta nuestra universidad y que a partir de ahí hubiera redactado su peculiar obra consistente en 38 estratagemas diseñadas para salirse uno con la suya en una discusión. Cuán fino es el análisis de Schopenhauer y cuán maligna es la voluntad de los seres humanos que durante una discusión no buscan -como románticamente se cree- la emergencia de la verdad objetiva sino que se dé razón a sus argumentos al margen de su falsedad o inconsistencia. La perversidad inherente al ser humano, cuando se trata de la práctica dialógica, induce a éste a la ruin tarea de hacer que sus argumentos triunfen a toda costa. A continuación, hemos seleccionado tres estratagemas en razón de su recurrencia.

ESTRATAGEMA 28

Esta es aplicable sobre todo cuando personas cultas discuten ante oyentes incultos. Si uno no tiene un argumentum ad rem, ni siquiera uno ad hominem, se hace uno ad auditores, es decir, una objeción sin validez cuya invalidez solo reconoce el conocedor de la materia: tal es el adversario, pero no los oyentes. Por lo tanto, a los ojos de estos aquel es derrotado, especialmente cuando la objeción hace que su afirmación parezca de algún modo ridícula: la gente es muy pronta a la risa, y uno tiene de su parte a los que ríen. Para mostrar la inanidad de la objeción el adversario tendría que hacer una larga exposición y remontarse a los principios de la ciencia o de otro asunto: no es fácil que encuentre audiencia para eso.

ESTRATAGEMA 31

Cuando uno no sabe qué objetar a las razones expuestas por el adversario, declárese incompetente con fina ironía: “lo que dice usted desborda mi débil comprensión; puede ser muy acertado, pero yo no alcanzo a entenderlo y renuncio a cualquier juicio”. Con esto se insinúa a los oyentes de cuya estima uno goza que lo que se ha dicho es absurdo. Así, cuando apareció la Crítica de la razón pura, o más bien cuando empezó su clamorosa notoriedad, muchos profesores de la antigua escuela ecléctica declararon: “No la entendemos”, creyendo que así la habían despachado. Pero cuando algunos partidarios de la nueva escuela les mostraron que sí, que tenían razón y que, efectivamente, todo lo que ocurría era que no la entendían, se pusieron de muy mal humor. Esta estratagema solo puede utilizarse cuando uno está seguro de gozar ante los oyentes de una estima claramente superior a la del adversario: por ejemplo, un profesor contra un estudiante.

ESTRATAGEMA 36

Aturdir, desconcertar al adversario mediante palabrería sin sentido. Se basa en que: “Suele creer el hombre cuando sólo oye palabras, que deberían, sin embargo, tener algún sentido” [1]

Cuando es consciente en secreto de su propia debilidad, cuando está acostumbrado a escuchar cosas que no entiende y, sin embargo, a hacer como si las entendiera, uno puede apabullarle diciendo con gesto grave un disparate que suene erudito o profundo y con el que pierda oído, vista y pensamiento, y hacer pasar esto por la prueba más irrefutable de la propia tesis. Como es sabido, en tiempos recientes algunos filósofos han aplicado esta estratagema ante todo el público alemán con el éxito más brillante.

[1] J.W. Goethe, Fausto, en J.W.G, Obras completas, ed. De Rafael Cansinos Assens, tomo III, p. 1334, Aguilar, Madrid 1992.

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