domingo, 10 de mayo de 2009

MÁS ALLÁ DE LA VERDAD O LA MENTIRA

Omar Viveros


No soy especialista en Mariátegui, mucho menos de Lenin; pero la explicación de un profesor sobre la diferencia del marxismo de ambos pensadores me ha llamado a una reflexión que espero pueda interesar al lector. Hasta donde he podido entender, la diferencia entre ambos está en que Lenin creía que el marxismo ya era una ciencia “terminada”, la fuerza de su importancia estaba en que ya había descubierto las leyes internas y “científicas” que regían la historia y la sociedad, y no había nada más que aplicarla a la realidad, produciendo la revolución social que deseaba. Mariátegui en cambio creía que la fuerza del marxismo no estaba en la verdad científica de sus leyes, sino en su creencia, “su religión”; es decir, que tales ideas se hicieran carne de las personas al punto de llevar a cabo el cambio social que buscaban. Es lo que llamaba “la fuerza del mito”. Como se puede ver la diferencia entre la “verdad científica” y la “fuerza del mito”, son evidentes.
Bueno, hasta aquí Mariátegui y Lenin. Ya cumplieron con darme la idea y ahora los dejo tranquilos.
Ahora hablaré de otros pensadores más o menos parecidos pero diferentes: a uno lo llamaré X y al otro Y. El pensador X dice: “esto sucederá en la sociedad porque es “verdad”. Porque está probado científicamente. Porque la verdad tiene un valor social intrínseco, y porque debe ser respetada”.
El pensador Y en cambio dice: “socialmente la verdad no tiene importancia por si misma; es más, políticamente hablando, una mentira puede ser más importante que una verdad. Lo que realmente hace importante a una u otra es que sea llevada a cabo por personas convencidas de esa verdad o esa mentira (por más absurda que sea) y produzcan un impacto tal que pueda transformar la sociedad”. El primero de ellos (X) es, me parece, ya conocido. Va desde el hombre de la caverna de Platón, hasta los lideres políticos, religiosos, y hasta militares de diverso tipo que, convencidos de alguna “verdad”, política, filosófica, científica, religiosa, etc. se erigen como guías para llevar a cabo una transformación social. Pero, desgraciadamente, el desprestigio de las verdades científicas últimas, y la aceptación cada vez mayor de las verdades relativas, (incluyendo las propias discusiones epistemológicas sobre si a las ciencias sociales se las puede llamar ciencias o no), han ido quitando sustento a este tipo de discursos dejándonos en escena y, con cada vez con mayor protagonismo, al pensador Y. A este pensador de la época de crisis, es al que voy a tratar de seguir:

Para ello hay que tener siempre presente que lo que se esta enfocándolo es la “verdad” desde es un punto de vista “sociopolítico”; y no “verdad” a secas.

Así que poniéndome cerca al pensador Y, aclaro que siendo el conocimiento un producto social, su importancia “de grado” estará en su impacto social. Cuando hablo de “grado” quiero decir del impacto que pueda afectar a la mayor o menor cantidad de personas para producir cambios leves o profundos en la sociedad. Los de una teoría científica por ejemplo, considerando que estas disciplinas no pertenecen a toda la sociedad, sino a grupos profesionales especializados, diré que tienen un impacto estrecho, “regional”. Así decir: “Plutón no es un planeta es un planetoide”. “La velocidad de la luz es de 300,000 Km. por segundo”, son verdades científicas pero al no trascender mayormente en la sociedad sus posibilidades de transformación social son escasas. Reconozco que esto es relativo: una verdad de este tipo puede ser más importante para un país del llamado primer mundo que posee una comunidad intelectual más extensa que una del tercer mundo, de necesidades básicas mucho más urgentes; y por lo mismo en cada una tendría impactos de grado diferentes. Me consta también que esta puede ser temporalmente variable, por ejemplo un descubrimiento científico puede empezar siendo de escasa importancia y terminar siendo fundamental. El atomismo de Demócrito, los descubrimientos genéticos de Grigor Mendel, o los rudimentos de la computadora de Pascal, por ejemplo, tuvieron que esperar muchos años antes de producir cambios profundos en la sociedad, como lo vemos ahora. Pero esto sólo se puede comprobar con el tiempo, y como sería muy extenso tratar esos temas en un texto como este, me centraré solo en el de impacto social claro e inmediato en una sociedad, sin importar de donde venga. Obviaré pues los orígenes solo para ver su impacto en la sociedad, y su importancia:
Los aviones que chocaron contra el Word Trade Center el 11 de Setiembre del 2001 puede ser uno de estos casos. Se puede probar racionalmente que Alá no existe y que por tanto los pilotos que los guiaban estaban equivocados, e incluso poniéndonos en el peor de los casos -tal vez como esa versión que circula en Internet- que todo estuvo planeado y los aviones explotaron antes de tocar los edificios, y así. Pero ese no es el punto. El punto es que el impacto social de ese hecho, sea verdad o mentira, fue tan grande que ha marcando un antes un después divisorio de nuestra época, provocando una conmoción mundial: la represalia al Medio Oriente, primero a Afganistán, después a Irak, el derrocamiento de sus gobiernos para poner gobernantes afines al poder occidental, miles de muertos en las calles, el desprestigio de una institución como las Naciones Unidas que no pudieron evitar una invasión que habían prohibido, etc. Es decir todas esas consecuencias sociales y politicas posteriores que ya conocemos.

En otro ejemplo parecido podríamos poner sería el Nazismo alemán, que se levantaba sobre seudo verdades como la superioridad de la raza aria, la promesa dorada de progreso y que desencadenó la Segunda Guerra Mundial; “La Guerra de los Canudos” en Brasil, Las discutibles ideas sobre la historia inminente de Sendero Luminoso, el cristianismo con sus ideas de eternidad después de la muerte, la resurrección de los cuerpos, y así podríamos seguir enumerando ejemplos que grafiquen que lo que importa en la sociedad no son las “verdades” científicas ni religiosas, sino sólo acciones que puedan impactarlas, pues la verdad por si sola no es socialmente importante para producir los cambios, sino que estas pueden ser producidas por error, incluso por azar, o por confusión, pero lo que las hace importante es su impacto social. En este punto aquí alguien podría objetar que no es posible una separación clara del impacto de una “verdad” científica y de una mentira social, que ambas existen entrelazadas, y que no vale meterlas en el mismo saco. Por ejemplo, no habría movimientos ecologistas, si la ciencia no hubiera descubierto las consecuencias de la contaminación ambiental, y así. De acuerdo; solo que vuelvo a aclarar que quiero enfocar la importancia social de los hechos vengan de donde vengan.

Digo todo esto porque a nosotros, los estudiantes de filosofía, se nos forma con esta idea tradicional de verdad, generalmente la del pensador X, es decir, la de buscar los fundamentos, las esencias, la verdad, etc. que pueden ser importantes para el gremio de filósofos o para la satisfacción personal; pero no necesariamente tiene importancia social. Es más, generalmente en nuestro país esta no tiene casi ninguna y por eso mismo el propio filosofo en el Perú tampoco. Por eso si el pensador X desde este punto de vista tradicional diría: “síganme porque yo soy filosofo, tengo la razón, he visto la verdad, conozco las leyes que rigen el mundo, y la filosofía es importante por si misma”, y demás. El pensador Y le respondería: “bien por ti; pero has equivocado el camino, lo importante en la sociedad no es la verdad, sino su impacto social. La verdad, la certeza pueden servir para convencer, animar, y dar convicción a un grupo de personas medio convencidas de hacer un cambio social; pero la verdad intrínsecamente no garantiza ninguna importancia social”
El escenario en el que nos movemos ha cambiado. Con el desprestigio de las verdades absolutas, se ha producido un cambio de paradigmas que afectan las verdades al estilo que Platón preconizaba, y se ha pasado a valorar a los odiados sofistas quienes estudiaban y enseñaban el método de convencer, de persuadir. Sin embargo no todo puede ser malo. Más allá de lamentar o celebrar esta situación habría que aprender de los movimientos ecologistas, de los movimientos de trabajadores, de los activistas de derechos humanos, y otros, que para mejorar la sociedad, no se guían por verdades últimas, sino por necesidades sociales evidentes, ya que, como diría Bacón: “La verdad que más fácilmente admite el hombre es la que más desea”. Y las ideas sólo calan fuerte, si son respaldadas por una necesidad social. Es por ello que creo que cada vez se hace más necesario para los filósofos estar informados de los problemas de nuestro tiempo, en vez de estar sólo creyendo en las virtudes de una “verdad” intrínseca o un reconocimiento social sólo porque se es filósofo. Decir yo soy importante porque me he leído todo Heidegger, soy un especialista en Marx, fui alumno de Salazar, etc. puede tener una importancia académica, “regional”; pero no necesariamente una amplia importancia social. Es más viendo la situación peruana en su amplitud, y ver que el papel que cumple la filosofía es de poca importancia, es ver que no basta con leer y entender a más filósofos para ser importante. Esta situación de abandono solo mejorará con una mayor presencia social, con una intervención mayor en la producción filosófica, en los debates éticos, políticos- sociales, en un compromiso mayor con los problemas de la sociedad. Es decir acercando la realidad académica a la realidad social. No diciendo con esto que la filosofía académica solo será importante si se politiza, pues no es así. Los manifiestos políticos que escribió Heidegger en apoyo del nazismo, fueron tal vez menos importantes socialmente que sus ideas que influyeron en pensadores como Sartre, Derrida, Levinas o Merlaneau-Ponty, etc. Pero se puede decir que tanto en lo uno como en lo otro, Heidegger estaba referido a su sociedad y los problemas de su tiempo, no a la simple relectura insustancial, rapsódica, o de escribir notas a pie de página de lo que dijo Husserl, Nietzsche, Kant, ni a eruditismos descontextualizados.

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