Gonzalo Morán Gutiérrez
El problema que aborda Herbert Marcase[1] en el artículo “Estudio sobre la autoridad y la familia”[2] es el de la generalidad como fundamento del contrato social. Me ha interesado sobremanera el pequeño espacio que le brinda a Kant –a quién llama uno de los más grandes pensadores burgueses– quien, en su opinión, intentó resolver el problema de la libertad y su realización. La sociedad moderna se enfrenta al problema de la libertad cargada de la influencia protestante: la verdadera libertad reside solo en la interioridad de la persona, entendida esta como el receptáculo de la libertad verdadera y el sujeto que se arroga la autoría de las acciones que realiza (como la resignación o la misericordia, todos “actos internos” a la persona, si es que puede haber tal cosa), mientras que la libertad terrenal es falsa en tanto que las acciones externas no tienen ni la dignidad ni la pureza atribuida a las espirituales, son más bien contacto y deshonra de la persona que optan por acercarse a las creaciones pudiendo acercarse al creador. Kant absorbe este planteamiento y se dedica a resolver la contradicción visible: la verdadera libertad jamás puede realizarse en el mundo en tanto que se autonegaría como carácter puro y autónomo de la voluntad al relacionarse y depender de las fuerzas contingentes de la constitución de las obras, de las cosas físicas y brutas. La solución radica en establecer las condiciones favorables y suficientes para que todas y cada una de las personas puedan acceder a la realización de su libre voluntad, no solo espiritual, sino también de forma material. Aquí surge otro problema: la realización de la voluntad en el mundo supone el completo dominio de la naturaleza, la disposición de ésta a ser usada de cualquier forma por la persona. Esto lleva a las personas a una batalla por el dominio de la naturaleza, que se constituye como inseguridad por lo poseído y por la vida. Esta posesión de la tierra se constituye como a priori y fundamenta la posesión de la propiedad privada para las personas, pero le deja a Kant el problema de la lucha por el dominio de la tierra; Kant también tiene una solución a la mano: en estado de inseguridad las personas nos autolimitamos para salvaguardar la propiedad usada como propiedad privada y evitamos la lucha como mecanismo de posesión adoptando, en cambio, el mecanismo de acuerdo social para sostener la paz en la comunidad de poseedores, por lo que la propiedad adopta el carácter de propiedad inteligible al ser reconocida por todas las personas como una ley la imposibilidad de poseer lo que ya tiene dueño, mientras que antes de la ley o imperativo categórico las propiedades le pertenecían a quien se adueñara de ellas, aún por la fuerza. Ahora es la sociedad, la generalidad, la que sostiene a las personas, no como meras personas sino como ciudadanos. La autoridad, la fuerza corporativa de coerción frente a la violación del derecho, ya no es ejecutada por Dios ni por algunos individuos iluminados, sino por la totalidad de personas en coordinación como poseedores y como ciudadanos; la posesión de lo “tuyo” y de lo “mío” se sostiene sobre la posesión de lo “nuestro” como fundamento y principio, lo privado se sostiene sobre lo colectivo.
Sin embargo, la sociedad que describe Kant como el orden jurídico en donde el “contrato social” mantiene la vigencia de la propiedad en un estado de paz es una sociedad burguesa, donde la propiedad privada se toma como permanente cuando no es más que provisional, pues las posesiones sólo son posesiones de alguien en tanto que su uso no dañe a otra persona, lo cual no sucede en la sociedad burguesa-capitalista, pues la posesión de los medios de producción y del producto final sí afecta la libre voluntad de los proletarios. Además, la solución que propone Kant recae en la limitación de la libertad individual en beneficio de la general como soporte de la paz, mas no logra ser absorbida y mantenida en la generalidad, sino que es anulada por la imposibilidad a la resistencia frente al orden jurídico mal constituido en un mal gobierno, pues ello anularía el contrato originario y fundamento de la sociedad burguesa.
Por mi parte sigo pensando el libro de Marcuse y planteo las siguientes preguntas: ¿acaso la sociedad se constituye fundamentalmente como una comunidad de potenciales poseedores de objetos, los cuales garantizarían la realización de la libre voluntad personal? Si el derecho a la posesión de objetos se otorga a las personas por su uso, entonces las instituciones públicas deberían ser las primeras en cuidar los bienes de la sociedad a la que pertenece, pues estos objetos son sumamente usados por los miembros de la sociedad como medios para satisfacer los deseos de su voluntad en la vida diaria (ir al trabajo o a la universidad en transportes públicos, por ejemplo); sin embargo, la educación pública universitaria, que debería ser una institución que cuide el uso de los recursos para la información y los espacios de investigación, ha descuidado sistemáticamente estas posesiones públicas hasta su casi desaparición en facultades como la mía, Letras y Ciencias Humanas; pero ¿qué hacemos los usuarios de los objetos llamados “universitarios”? ¿Cuidamos y usamos adecuada y eficientemente los objetos que nos brinda el estado o los descuidamos junto al estado hasta su casi desaparición? Tal vez sea necesario empujarnos un poco las espaldas para absorbernos en la actividad pública hoy tan infame: la política. Sigue latente el ¡Sapere aude! kantiano.
[1] Filósofo alemán (1898 –1979) miembro de la Escuela de Frankfurt.
[2] Herbert Marcuse: “Para una teoría crítica de la sociedad”, ed. Tiempo Nuevo, Caracas, 1971.
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