lunes, 18 de junio de 2007

Nietzsche y el cristianismo

Nietzsche hace gala de su pluma virtuosa para criticar duramente al cristianismo, prueba de ello es el afamado libro El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo. En él, este filósofo condena la tradición cristiana como una doctrina que adultera la realidad. El cristianismo se ha encargado de invertir la tabla de valores que tienen los hombres, de este modo lo que se tenía por malo, ahora es bueno y viceversa.
Nietzsche rastrea el origen de esta perniciosidad y la encuentra en la tradición hebrea. El pueblo hebreo, como todos los pueblos sobre la faz de la tierra, se ha planteado la disyuntiva entre el ser y el no ser, los hebreos, según Nietzsche, apostaron no sólo por el ser sino por el ser a toda costa. El cristianismo se presenta como una tradición que ha trastocado los valores humanos de un modo particular. El padecer (Leiden) que ya es en sí un estado funesto, se torna más patético cuando se convierte en compadecer (Mitleiden), se transmite como una enfermedad. Nietzsche dice que el cristianismo es un vicio, pues no existe nada que resulte más malsano, en medio de nuestra malsana humanidad, que la compasión cristiana.

El budismo y el cristianismo son comparados por este pensador, para él ambas son religiones del nihil, sin embargo, Nietzsche respeta más al budismo pues éste nos habla a secas del sufrimiento humano, ante lo cual el budista responde con el ascetismo y la negación de la carne. El cristianismo en cambio, introduce conceptos como el de pecado para hacer referencia al sufrimiento y el de redención para significar la contraparte. Esta multiplicación innecesaria de conceptos forma parte de la política adulteradora que asume el cristianismo, convierte lo malo; es decir lo débil, enfermo y decadente en lo bueno para el cristiano, mientras que lo bueno; lo fuerte, radiante y sano pasa a tomar el lugar de lo malo. Así, el cristianismo configura lo que se conoce como la moral del esclavo en oposición a la moral del amo o señor.

La solución sugerida por Nietzsche consiste en la inversión de la tabla de valores incorrectamente establecida por el influjo cristiano, esto significa poner sobre sus pies, en su real posición, nuestra apreciación valorativa. De este modo, la terapia que la cultura habría de asumir consistiría en intentar la posibilidad de que, en algunos individuos al menos, pueda sustituirse un modo de interpretar la vida por otro, y puedan invertirse el conjunto de sus valoraciones principales por las contrarias.

El cristianismo invade todas las esferas del ser del hombre occidental, incluso toma formas muy sutiles como la metafísica kantiana que, en palabras de Nietzsche, no es sino una teología de lo más artera. En nuestro medio somos testigos de cómo el cristianismo en su versión católica inficionó todos los espacios públicos y privados en que los hombres se desenvuelven. La política adulteradora del cristianismo a la que hacemos mención ha trastocado notablemente las firmes convicciones de una sociedad jamás oprimida por el yugo eclesiástico, de ahí que nuestra sexualidad por ejemplo, haya sido constreñida a no expresarse bajo pena de condena moral. Aun en nuestros días, las relaciones sociales a todo nivel están impregnadas de cristianismo. La actividad intelectual no escapa a esto, en ella observamos tendencias que pretenden sacralizar alguna corriente o pensador. No está mal tener autoridades en un tema, lo criticable es tener ídolos que nos presten sus textos para hacer exégesis religiosa. Nuestro punto de vista sugiere tomar en cuenta el aparato crítico detrás de cada pensador para poder hacer un examen menos monacal de su pensamiento.

En suma, la advertencia nietzscheana no es sólo una arenga producto del resentimiento de un hombre frente a su tradición sino más bien el corolario de un fino análisis de su tiempo y sus circunstancias.

Truhánpragmatista

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