Cualquier plan académico formulado por el Centro de Estudiantes de Filosofía puede tener una proyección detallada de sus metas y una medida cuantitativa y cualitativa de resultados. Puede ser en el papel un gran plan, pero mientras dicho plan no tome en cuenta los principales problemas de nuestra comunidad filosófica, éste será nuevamente un intento de reformar el mundo con la punta del lápiz. Los problemas principales, en nuestra opinión, son el formalismo producto de la burocratización de nuestros estudios y la ausencia de la comunidad de diálogo.
Entendemos el formalismo como la construcción lógica de las instituciones con independencia de su aspecto material. La universidad peruana actual es el resultado del proceso de masificación de la educación en las décadas de los 60’s y 70’s. Uno de los resultados de esta aparente democratización de la universidad fue la burocratización no sólo de los procesos administrativos, sino con suma gravedad, la de los estudios e investigación. El día de hoy, pasando por años de gobiernos que le han asignado a la universidad la labor de contención de la insatisfacción de las clases medias y pauperizadas, hemos adoptado las normas burocráticas para nuestra propia organización estudiantil y para nuestro proceso de conocimiento. Lo podemos observar en nuestras asambleas estudiantiles, que además de la poca asistencia de los alumnos, dedican su valioso tiempo a discusiones respecto a la formación de comisiones que casi siempre se disuelven por inacción y desidia. Se puede discutir sobre el estatuto del Centro de Estudiantes durante años sin llegar a ninguna conclusión. Muchos de nuestros compañeros de estudio viven pensando en el creditaje de sus cursos y no en el contenido de dichos cursos. La mayoría de nuestras investigaciones se reducen a lo mínimo que exige cada profesor en su syllabus, que también es motivo de debate, pero no por el contenido, sino por el cronograma de exámenes y el método de evaluación, lo que obliga a muchos profesores a tener el cuidado de un notario al presentarlo para no ser luego objeto de reclamos. Tenemos que soportar a profesores incompetentes porque según las normas y reglamentos han ocupado una plaza docente y por lo tanto han pasado al nivel de intocables. Así, tenemos investigadores que no investigan; profesores que no enseñan y alumnos que detestan leer, escribir y debatir. Porque así como los profesores pueden ocupar una plaza cumpliendo con presentar los papeles que se les pide, cualquier peatón, sin ninguna vocación humanista y filosófica, puede entrar a la escuela fácilmente, aprobar su creditaje y ser un bachiller que luego enseñe en alguna secundaria o academia pre-universitaria y quién sabe, con los contactos adecuados, ser catedrático de nuestra universidad.
La ausencia de la comunidad de diálogo es el segundo de los problemas principales. Inquirir sobre este problema debe hacerse a partir de nuestra propia subjetividad. Antes de cualquier salto teórico lo primero que debemos preguntarnos es: ¿con quién en esta escuela puedo sostener una conversación provechosa? y la contrapartida de esta pregunta ¿con quién jamás podría hablar? Examinando las respuestas podremos hallar en ellas los mismos motivos que impiden la formación de una comunidad nacional. La respuesta usual ante la descomposición de nuestra comunidad de estudio filosófico es el recurso del invidualismo que puede ser expresado en la siguiente consideración: ya que la comunidad no puede darme nada bueno, salvo dos o tres profesores que valen la pena y un par de compañeros con los que puedo hablar, entonces mi proyecto de estudio será el de la inmersión completa en mis propias investigaciones que cuando ya estén maduras podré compartir con el mundo, especialmente si estoy fuera de este miserable país. El resultado es simple, el individualismo en el desarrollo de nuestro programa de investigación termina siendo agrafía, pedantería intelectualoide e incapacidad para el debate. En suma, individualismo gnoseológico.
Los espacios de diálogo han sido desarmados y convertidos en lugares de simple tránsito o encuentro amical. Es lo que pasa en las asambleas de estudiantes, en las conferencias y seminarios y especialmente en los mismos salones de clase que parecen convertirse en seminarios teológicos donde el asentimiento se premia y la discusión sofoca.
La junta directiva del Centro de Estudiantes plantea esto no sólo como una crítica, sino especialmente como una autocrítica, tanto del gremio como de nosotros mismos, como individuos que conformamos la junta directiva y las comisiones. El haber sido una lista electoral que tuvo como lema la ética y el diálogo no fue otra venia al apreciado sonido de estas palabras, que por su ambigüedad y aceptación suelen ser usadas vanamente. Nuestro plan de trabajo apunta en primer lugar a incidir sobre estos problemas que se reflejan y se alimentan en la subjetividad de nuestros propios compañeros y de esta manera darles contenido en el plano concreto de la formación de nuestra comunidad. Debemos recuperar los contactos con la realidad misma de nuestra comunidad, así el resultado de este análisis sea la evidencia de la gravedad de nuestra propia descomposición es nuestro deber como estudiantes de filosofía el no mentirnos con ilusiones reconfortantes. Debemos asir los problemas que subyacen a nuestras circunstancias y reconstruir lentamente los vínculos en nuestra comunidad. La conclusión es evidente: urge abrir el debate.
Entendemos el formalismo como la construcción lógica de las instituciones con independencia de su aspecto material. La universidad peruana actual es el resultado del proceso de masificación de la educación en las décadas de los 60’s y 70’s. Uno de los resultados de esta aparente democratización de la universidad fue la burocratización no sólo de los procesos administrativos, sino con suma gravedad, la de los estudios e investigación. El día de hoy, pasando por años de gobiernos que le han asignado a la universidad la labor de contención de la insatisfacción de las clases medias y pauperizadas, hemos adoptado las normas burocráticas para nuestra propia organización estudiantil y para nuestro proceso de conocimiento. Lo podemos observar en nuestras asambleas estudiantiles, que además de la poca asistencia de los alumnos, dedican su valioso tiempo a discusiones respecto a la formación de comisiones que casi siempre se disuelven por inacción y desidia. Se puede discutir sobre el estatuto del Centro de Estudiantes durante años sin llegar a ninguna conclusión. Muchos de nuestros compañeros de estudio viven pensando en el creditaje de sus cursos y no en el contenido de dichos cursos. La mayoría de nuestras investigaciones se reducen a lo mínimo que exige cada profesor en su syllabus, que también es motivo de debate, pero no por el contenido, sino por el cronograma de exámenes y el método de evaluación, lo que obliga a muchos profesores a tener el cuidado de un notario al presentarlo para no ser luego objeto de reclamos. Tenemos que soportar a profesores incompetentes porque según las normas y reglamentos han ocupado una plaza docente y por lo tanto han pasado al nivel de intocables. Así, tenemos investigadores que no investigan; profesores que no enseñan y alumnos que detestan leer, escribir y debatir. Porque así como los profesores pueden ocupar una plaza cumpliendo con presentar los papeles que se les pide, cualquier peatón, sin ninguna vocación humanista y filosófica, puede entrar a la escuela fácilmente, aprobar su creditaje y ser un bachiller que luego enseñe en alguna secundaria o academia pre-universitaria y quién sabe, con los contactos adecuados, ser catedrático de nuestra universidad.
La ausencia de la comunidad de diálogo es el segundo de los problemas principales. Inquirir sobre este problema debe hacerse a partir de nuestra propia subjetividad. Antes de cualquier salto teórico lo primero que debemos preguntarnos es: ¿con quién en esta escuela puedo sostener una conversación provechosa? y la contrapartida de esta pregunta ¿con quién jamás podría hablar? Examinando las respuestas podremos hallar en ellas los mismos motivos que impiden la formación de una comunidad nacional. La respuesta usual ante la descomposición de nuestra comunidad de estudio filosófico es el recurso del invidualismo que puede ser expresado en la siguiente consideración: ya que la comunidad no puede darme nada bueno, salvo dos o tres profesores que valen la pena y un par de compañeros con los que puedo hablar, entonces mi proyecto de estudio será el de la inmersión completa en mis propias investigaciones que cuando ya estén maduras podré compartir con el mundo, especialmente si estoy fuera de este miserable país. El resultado es simple, el individualismo en el desarrollo de nuestro programa de investigación termina siendo agrafía, pedantería intelectualoide e incapacidad para el debate. En suma, individualismo gnoseológico.
Los espacios de diálogo han sido desarmados y convertidos en lugares de simple tránsito o encuentro amical. Es lo que pasa en las asambleas de estudiantes, en las conferencias y seminarios y especialmente en los mismos salones de clase que parecen convertirse en seminarios teológicos donde el asentimiento se premia y la discusión sofoca.
La junta directiva del Centro de Estudiantes plantea esto no sólo como una crítica, sino especialmente como una autocrítica, tanto del gremio como de nosotros mismos, como individuos que conformamos la junta directiva y las comisiones. El haber sido una lista electoral que tuvo como lema la ética y el diálogo no fue otra venia al apreciado sonido de estas palabras, que por su ambigüedad y aceptación suelen ser usadas vanamente. Nuestro plan de trabajo apunta en primer lugar a incidir sobre estos problemas que se reflejan y se alimentan en la subjetividad de nuestros propios compañeros y de esta manera darles contenido en el plano concreto de la formación de nuestra comunidad. Debemos recuperar los contactos con la realidad misma de nuestra comunidad, así el resultado de este análisis sea la evidencia de la gravedad de nuestra propia descomposición es nuestro deber como estudiantes de filosofía el no mentirnos con ilusiones reconfortantes. Debemos asir los problemas que subyacen a nuestras circunstancias y reconstruir lentamente los vínculos en nuestra comunidad. La conclusión es evidente: urge abrir el debate.
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