lunes, 18 de junio de 2007

Política y universidad

Ante una cierta cantidad de comentarios –críticas bastante ácidas, aunque algunas bienintencionadas con respecto al CEF- quisiera compartir mi personal punto de vista sobre la actividad política desarrollada en la escuela por las juntas directivas tradicionales. Y lo hago de manera personal porque, como a muchos, me molesta el anonimato. Un claro ejemplo lo constituyen las votaciones efectuadas en el congreso, hechas anónimamente, debido a lo cual no tenemos una idea de cuál era la verdadera línea de la gente que en un momento elegimos.
Hay al menos dos formas de entender la política. Una, contra la cual abiertamente estamos, es la del lobby entre autoridades, profesores y alumnos –en puestos gremiales o de co-gobierno- que impide el correcto desarrollo de las funciones de la universidad como institución educativa. Considero que como junta directiva tenemos dos deberes al respecto: por una parte, defender tanto la libertad política como la de expresión de los estudiantes de la escuela, así como su simple derecho a estudiar, y por otra parte, apoyar en la medida de lo posible al Tercio Estudiantil sin robarle funciones. La otra forma de entender la política es aquella que, bien entendida, está necesariamente acompañada de eso que algunos ven como academicismo, y que yo defiendo abiertamente. Para explicarlo responderé a una persona que en el blog del boletín firma un comentario como “Kaliningrado”. Él habla de “…intereses de estudiantes preocupados por su coyuntura social, política e histórica”; los cuales, supongo yo, habrán de traducirse en una posición política propia que, aun más, implicarán una vida y acción política. Y llegamos a la praxis. Debo suponer que esa praxis es similar a la del médico fiel al juramento hipocrático, más parecida a la del político comprometido y, según interpreto y con diferencias de escala, igual a la de un político nacional en una época de crisis. Me quedaré con esta última palabra y lo que implica.
En una crisis propia de su profesión, aquel médico tendrá que usar el conocimiento que heredó a través de sus estudios de facultad, de años y aun siglos de descubrimiento y desarrollo efectuado por colegas suyos. Así, problemas como un ataque cardíaco, una embolia cerebral, un tumor en los huesos y algún día el SIDA obtienen una solución. La pregunta es: ¿es también necesario todo eso para el hombre comprometido a solucionar una crisis política? Por lo que creo, y a partir de mis breves avances en epistemología, historia de las ideas políticas e incluso mis aún incipientes conocimientos de ontología, concluyo que es absolutamente necesario aprovechar las herramientas conseguidas hasta ahora. Como demuestra bastante bien el libro I de La República: que el poder sea para “el más fuerte” no le hace provecho ni siquiera a él, con lo que la política no es un asunto de fuerza; como se muestra en los cuatro libros siguientes y en el Fedro, la retórica que se da a las masas no asegura un camino correcto. Si alguien ve un camino diferente al estudio y análisis del mundo y sus problemas –por un espíritu de diálogo por el cual puede preguntar- aquí tiene quien escuche lo que tenga que decir.
Creo que no hay gran diferencia entre quien de corazón espera ayudar en algo a resolver los problemas de la escuela y la facultad y un político “revolucionario” a escala nacional. Pero todos los que queramos desarrollarnos en ética, filosofía del derecho y filosofía política debemos darnos cuenta de que llevamos sobre nuestras cabezas una espada de Damocles, que representa no sólo a nuestros enemigos “políticos”, sino también a nuestras responsabilidades con los demás, por lo que tenemos la obligación de defender un adecuado ambiente de estudio.
Como dije alguna vez: ¿qué harías si te enteraras de que el médico al que confías la vida de tu familia aprobaba sus materias con once? Esta idea debe ser parte de la autocrítica regular que debe realizar alguien preocupado por su coyuntura social, política e histórica; y con mayor razón si estudia en una universidad en su mayor parte pagada por el resto de peruanos y un tanto por él, digamos diez o tal vez treinta soles. Por último, tengo que terminar haciendo pública mi posición ética para mis funciones, que es una ética de mínimos contra el usual mesianismo de las éticas de máximos; y, por si acaso, mi tendencia política gira en torno a una socialdemocracia liberal que algunas veces, con resentimiento de mi tradicionalismo como derecho cultural, simpatiza con la centroizquierda.
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1. “Me ha parecido más que polémica la clara posición apolítica de la nueva junta directiva del CEF. ¿Es que acaso se quieren desentender de su responsabilidad para con los estudiantes agremiados? Personalmente me gustaría saber qué posición tienen respecto al atropello cometido contra los derechos estudiantiles al elegirse decano de manera irregular. Muchos de nosotros estamos en contra de posturas academicistas como la vuestra. ¿Cómo piensan conciliar nuestros intereses de estudiantes preocupados por nuestra coyuntura social, política e histórica con los suyos que son abiertamente indiferentes ante esta problemática?” [Kaliningrado, 7 de junio de 2007 9:53]

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